El secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, expresó la semana pasada lo que no pocos decían en 2018, cuando ni siquiera había rendido protesta al cargo: que estaría de paso en el gabinete, que lo suyo era la candidatura a la gubernatura de Sonora en 2021. El jueves, este político chapulín (colosista, foxista, emecista y ahora con Morena) reconoció que quisiera hacer campaña en la tierra de Plutarco.
Un político que no ha ni asumido un puesto y ya piensa en la siguiente chamba es una normalidad en México. En ese sentido, Durazo es ordinario en nuestra clase política. De un hueso al otro, de un trapecio a otro sin gran riesgo porque tiene jefes, no electores (como, insisto, tantos antes que él).
Se trataría entonces de un movimiento 'lógico' (el partido en el poder habilitando a uno de los suyos para disputar una entidad importante). ¿Gubernatura mata secretaría? Bueno, la posrevolución nos legó ese canon: el gabinete es para aspirar a la grande o para irse de virrey, muy pocas veces para entregar buenas cuentas sobre el encargo.
Nuestro presente es nuestro pasado. Nada de cambio o transformación. Como siempre, en las posiciones más importantes se pone a leales o a embriones, pero no necesariamente a gente elegida por eficaz o por idónea. Quizá lo anterior sea inevitable a nivel de secretario, pero en México esos nombramientos son aún más cuestionables, dado que de aquella intención de dotarnos de una burocracia con cuadros medios de carrera e inamovibles ante los cambios políticos no queda ni la memoria.
Así que, si a Durazo se le hace su capricho, perdón, su aspiración, habrá durado menos de dos años en el puesto, que no es otro que el que debería dejar una estrategia eficaz para la contención de nuestra otra epidemia: la violencia.
Y ese es el verdadero problema. Porque parece que es necesario recordar que estamos hablando de que habría un cambio en la titularidad de la Secretaría de Seguridad, una de las tres patas institucionales (ya sin Gobernación) de cualquier estrategia armada para contener la violencia. Por lo que una vez más regresamos a la obviedad: en esta administración, la lucha contra los criminales la llevan los militares, no los civiles.
Eso nos obliga entonces a cuestionar no a Durazo, que para ser honestos poco se esperaba de él desde siempre, sino al presidente de la República, porque si se consuma la salida del sonorense, AMLO habría desperdiciado casi tres años (encargó la agenda de seguridad mucho antes de ganar la elección) en un cuadro que siempre tuvo sus ojos puestos no en cómo ejecutar una solución de mediano plazo ante la criminalidad, sino en cómo conseguir una candidatura.
Allá en los años ochenta Miguel de la Madrid, queriendo tapar el sol del dedazo con una simulación, creó aquella pasarela de los seis precandidatos, gente de su gabinete y de la regencia del Distrito Federal, que fueron predestapados para la elección de 1988.
Pongo ese antecedente para recalcar que precandidatos en el gabinete no son una novedad. Pero que desde ese nivel de secretaría de Estado se autodestapen y todavía se placeen, pues habla de otro nivel de cinis… digo, pragmatismo. Como el que vimos este fin de semana, cuando Durazo acompañó a su jefe a la gira por Sonora, faltaba más.
El sábado en Bavispe, el presidente López Obrador le dedicó a Durazo cuatro menciones en su discurso, casi las mismas que le dedicó al término 'víctimas' (5). Le agradeció al secretario por todos sus esfuerzos y le reconoció por ser de esa tierra sonorense. Huele a destape, ¿será destape? Sólo AMLO sabe, pero las señales están ahí, y quizá son buenas para Durazo, pero malas para una secretaría que siempre debió ser capitaneada por alguien sin segunda agenda.
Políticos que quieran ser gobernadores, sobran. Gente que quiera entregarse durante los seis años a acompañar al presidente de la República, parece que en el pejismo no tanto. Incluso en posiciones en las que aun sin haber logrado ningún fruto ya se quieren ir de campaña. Los de ayer, igual a los de ahora. ¿Será que los de ayer son los de ahora?