El régimen totalitario de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) imaginó toda suerte de mecanismos de supresión de libertades y coacción al pensamiento libre.
Además de levantar el Muro de Berlín y de crear la Stasi, policía política tan sádica como eficaz al espiar a sus ciudadanos, los comunistas alemanes crearon un programa de televisión para atajar la información que desde Alemania Federal se emitía sobre el Este.
En su libro Stasiland. Historias del otro lado del Muro de Berlín (Roca, 2012), la escritora Anna Funder disecciona a Karl-Eduard Von Schnitzler, vehemente presentador de la televisión de la RDA que se pintaba solo en el intento de, semana a semana, manipular a la población. "La obediencia política -dice la autora- se imponía con toda clase de métodos siniestros. Entre ellos, el uso de las fake news".
Era el año de 1960. Plena Guerra Fría. Y desde la entonces RFA se emitía "'La visión roja', una crítica al socialismo que se podía ver en el Este a través de los canales occidentales", cuenta Funder en su libro.
Ante ello, Von Schnitzler –exintegrante del ejército nazi, más tarde militante comunista y quien a pulso se ganó el mote de 'jefe de la propaganda del régimen'– se autopropuso para contrarrestar 'La visión roja'. Al programa de contraataque se le bautizó como El Canal Negro y en la primera emisión, en marzo de 1960, su presentador se quejó de que la televisión occidental les llenaba de aguas sucias, por lo que "todos los lunes a esta misma hora vamos a afanarnos, si se me permite la expresión, en una operación de saneamiento".
El régimen apostaba, pues, a desbancar con gesticulante rabia y consignas las informaciones que cuestionaban las autoproclamadas hazañas del comunismo. Y si bien la autora de Stasiland llega a llamar a Von Schnitzler "un viejo teleñeco malhumorado que, desde las altas esferas, diseminaba desprecio sobre la actualidad", su importancia para el aparato represor fue tal que en las manifestaciones que derivaron en la caída del Muro había consignas para ajustar cuentas con el oficioso presentador del Canal Negro.
Pero al reportear para Stasiland, a finales del siglo pasado y principios de este, la autora de origen australiano encontró que había gente que no se arrepentía de atrocidades que han sido más que documentadas. Entre esas personas Von Schnitzler.
El presentador de la televisión le confesaría a Funder que "quizá" la vigilancia de los ciudadanos por parte de la Stasi "fue demasiado lejos, pero que los ideales del comunismo eran estupendos, buenos y justos". Ideales que él defendía incluso a sabiendas de que la propaganda del gobierno de Honecker proclamaba logros falsos.
"Me di cuenta relativamente pronto –me explica– de que nuestra economía no iba a poder subsistir. Y cuando empezamos en enfangarnos en esa ridículamente propaganda de victoria, exagerando los resultados de las cosechas y los niveles de producción y muchas cosas más, no me lo pensé y me retiré a mi especialidad: el trabajo contra el imperialismo en exclusiva", le dijo Von Schnitzler a Funder. Se concentró enteramente en usar la televisión pública para agitar la propaganda antiimperialista de un régimen, a pesar de que éste se hundía.
El Canal Negro seguiría en su 'ácido apogeo' hasta la caída del Muro (1989) y la del comunismo alemán. La virulencia y persistencia de su presentador, así como su capacidad de distorsionar deliberadamente la realidad nos recuerda que es todo menos nueva la pulsión de los autoritarios por abusar de medios oficiales para tratar de imponer una sola visión de la realidad, para atacar a voces críticas.