En ocasión del segundo aniversario del inicio de su mandato constitucional, el presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció ayer un discurso donde hiló la numerología de lo que considera sus abultados logros, reiteró algunas de sus promesas y aseguró que ha sentado, en tan poco tiempo, las bases para una nueva manera de gobernar. El discurso, pues, no sorprende, y si algo hay que destacar es la consistencia de AMLO: se aferra a sus datos, y los articula para confirmar a los suyos que hay plan, rumbo y mando. Suena a los setenta, pero en fin.
En lo fundamental hay que conceder a López Obrador que para qué vas a cambiar algo que te está funcionando. Las encuestas independientes registraron estos días un salto en su popularidad, que ronda el 60 por ciento, y él mismo se otorgó, durante el discurso de escasos 45 minutos, un 71 por ciento de aprobación en un ejercicio demoscópico de cuya autoría, por supuesto, no dio detalles.
Que le funcione a Andrés Manuel no quiere decir que necesariamente le funcione al país, pero esa discusión tiene que darse en las próximas horas y días, cuando se pueda contrastar lo vertido por el Presidente en el patio de Palacio Nacional con indicadores independientes.
Porque a lo que asistimos ayer fue a un acto político, no a uno de rendición de cuentas. A una representación hecha para los suyos aunque en varias ocasiones el Presidente insistiera en que ha gobernado y seguirá gobernando para todos.
López Obrador ha logrado maniobrar los rituales del poder en México para darse el lujo de decir lo mismo de siempre, pero sin que hasta el momento ni el contraste con algunas realidades ni las voces de algunos opositores logren cambiar la machacona comunicación del mandatario.
En ese manejo de los rituales (espacio solemne, honores a la bandera, saludo marcial a los caídos y un selecto grupo de invitados), López Obrador hace sentir su peso al dictar la pauta de una realidad aspiracional más que terrenal. Y, de nuevo, si le funciona con los suyos y los suyos son más que los de enfrente, cómo reclamar que sea repetitivo al respecto.
Mención aparte merece, sin lugar a dudas, y hablando de símbolos, cómo el Presidente ha ido haciendo también explícito que tiene para las Fuerzas Armadas de México una nueva misión, un nuevo perfil, sin precedentes en tiempos modernos.
Al destacar cómo se hacen cargo lo mismo de las aduanas que de los puertos, de bancos del bienestar que de dragar ríos, López Obrador estableció que las Fuerzas Armadas "están inaugurando una etapa nueva en su función de servicio en México".
La mención al Ejército y la Marina, por cierto, provocó aplausos del medio centenar de personas que acompañaron en vivo al Presidente.
Antes, y por si hiciera falta decirlo, el mandatario destacó que hoy las Fuerzas Armadas en su papel de combatientes a la inseguridad provocan una letalidad menor a la que ocurría en el pasado y que se respetan los derechos humanos.
En ese sentido, también, confirmó que el militar es un pilar de este gobierno, uno cada vez más evidente y también más preocupante.
A final de cuentas, con Andrés Manuel queda claro que se aferrará a su discurso hasta que la Realidad con mayúsculas (riesgo de perder una elección o de perder gobernabilidad) le obligue a un cambio o matiz, pero que su mensaje de ayer tenía un solo objetivo: confirmarle a los convencidos que él sigue en lo mismo y que cuentan con él.