Los partidos políticos preparan la cita electoral del año que entra con una lógica tradicional, nada aparejada al sentido de urgencia que algunos pretenden imprimir a las elecciones en las que se renovarán 15 gubernaturas, la Cámara de Diputados federal y prácticamente todos los Congresos locales, más 2 mil ayuntamientos.
Algunos críticos del régimen ven en la elección intermedia la oportunidad para lograr una contención en San Lázaro al presidente Andrés Manuel López Obrador, cuyo partido y aliados han tenido una mayoría legislativa que les ha permitido en estos dos años pasar todo tipo de iniciativas, incluidas algunas muy polémicas para diversos sectores sociales, como la desaparición de los fideicomisos que ayer por la tarde el Senado se aprestaba a finiquitar sin atender críticas de nadie.
Morena ha dado en estos dos años muestra de sólo tener lealtad a su líder histórico, por lo que ha dejado en el camino la oportunidad de la congruencia: han legislado por más militarización, por quitar a organizaciones sociales fondos que son clave para la búsqueda de desaparecidos y por dar la espalda a la ciencia y las artes, entre otras cosas.
El pragmatismo de los de Morena ha incluido abrazar sin hacer ascos a los impresentables del PVEM, o a quien haga falta a la hora de sumar votos para imponerse a la oposición.
Tal proceder es visto por algunos como la llamada de alerta para que partidos opositores a AMLO se pongan de acuerdo con el fin de ganarle al Presidente en enclaves y contiendas que supongan, por un lado, detener el avance territorial de Morena, pero, sobre todo, impedir en el Congreso federal el mayoriteo refractario a todo aplicado por Monreal y Delgado. Sin embargo, tal oportunidad va a verse frustrada.
La oposición tiene un dilema del cual no podrá sustraerse. Esos partidos saben que el presidente de la República, un experto en elecciones como pocos, hará todo cuanto esté a su alcance para afianzar el triunfo de sus candidatos. Y si algo nos han enseñado las mañaneras es que eso de 'hacer todo' incluye usar órganos del Estado para desprestigiar a quienes resultan incómodos o estorbosos.
Así que la oposición tiene claro que la elección será como ninguna otra en el último cuarto de siglo. Y, a pesar de ello, esos partidos –PRI, PAN y MC, principalmente, y PRD muy marginalmente– no podrán sustraerse de su naturaleza: pondrán sobre todo y antes que nada sus privilegios, sus prerrogativas, sus candidatas y candidatos; su cálculo mercantil, como empresas de colocación de cuadros sin ideología en que se han convertido.
De esa forma, en Nuevo León, tanto el Revolucionario Institucional como Acción Nacional y Movimiento Ciudadano, danzan cada uno por su lado en el juego de la suma cero en la que gana AMLO. Nadie quiere ceder en tan importante entidad, pues cada uno de esos tres partidos creen que les toca imponer condiciones a los otros.
Y de lo mismo se habla en Sonora, donde un acuerdo de los opositores se ve amenazado por las veleidades de Dante Delgado, que se resiste a hacer fuerte a quien le compita desde un frente opositor a su amigo el morenista Alfonso Durazo.
El sistema de partidos de nuestro país mira al 2021 calculando que se puede seguir en un modelo multipartidista donde las alternancias irán premiando a los más hábiles. Pero por jugar de manera individualista niegan la realidad: hay en marcha en México la construcción de un gobierno de partido cuasi único, que más temprano que tarde desplazará a quienes sólo cuidan sus cotos.