La Feria

El talón de Aquiles de Ebrard

Marcelo Ebrard es el líder de una reestructura informal del gabinete para atajar el impacto del coronavirus en México.

La política sirve para bajar costos al ejercicio de gobierno. La negociación con los opositores y el control del discurso oficial son dos herramientas que, bien utilizadas, fortalecen el poder del gobernante. Y en medio de una crisis, ambas capacidades muestran su utilidad o –al desperdiciarlas– socavan al político que lleva la mayor responsabilidad en una coyuntura adversa.

Hace una semana, en este espacio se adelantaron detalles de un plan de coordinación gubernamental para la crisis del Covid-19. Marcelo Ebrard, secretario formalmente de Relaciones Exteriores, pero bombero de lujo del presidente López Obrador, es el líder de una reestructura informal del gabinete para atajar el impacto del coronavirus en México.

En el papel, poner a Ebrard al frente de esa operación envía un mensaje positivo. Priista cultivado en la sombra de un negociador como Manuel Camacho Solís, Marcelo ha desarrollado además una fama de eficacia –que no siempre se traduce en la realidad, pero que trasciende por mucho la imagen de un gabinete de mediocres resultados.

Encima, Ebrard es un hábil manejador del discurso. Me refiero sobre todo a que a la par de que controla aquello que no le gusta que se esté comunicando, promueve, con éxito, mensajes de que hay alguien a cargo y de que están pasando cosas.

Así, el puente aéreo del gobierno y Aeroméxico a Shanghái para traer insumos de protección para personal de los hospitales fue un golpe de imagen no sólo convincente sino acertado en medio de cuestionamientos por desabasto de insumos para doctores.

Otro ejemplo: Ebrard ha salido al rescate incluso de Zoé Robledo. El canciller envió la semana pasada a una de sus gentes a Tijuana a tratar de aplacar la crisis que se generó luego de que Eugenio Derbez, por un lado, y el gobernador (es un decir) Jaime Bonilla por otro, denunciaron que médicos del IMSS bajacaliforniano no tenían el equipamiento adecuado.

Pero ni Ebrard puede solo. Y menos si enfrente tiene a alguien que genera problemas. Me refiero a Hugo López-Gatell.

La semana pasada el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de nuevo se convirtió en un factor de discordia.

López-Gatell utilizó una mañanera para descalificar los esfuerzos del gobierno y la sociedad de Jalisco para detener el ritmo de contagios. Al tiempo que ponderó la baja en movilidad de la Ciudad de México, dijo que la entidad del Occidente le había echado ganitas pero estaba lejos del resultado de la capital (sus palabras textuales: "Desafortunadamente otras áreas del país … no han logrado reducciones tan sustanciales, en particular en la ciudad de Guadalajara").

Flaco favor le hizo el doctor Hugo a la doctora Sheinbaum. Jalisco empezó antes su cierre de escuelas y su Quédate en Casa. Y aun así, nadie dice allá que esa entidad no tendrá problemas o víctimas por Covid-19. Están lejos de ser triunfalistas. En cambio, el mensaje de López-Gatell diciendo que la capital del país lo está haciendo bien puede acarrear resultados contraproducentes: la demarcación con más casos necesita más Quédate en Casa y menos porras prematuras.

Menciono dos resbalones más del subsecretario: el portavoz del gobierno que ha querido que la gente no vaya ante el primer síntoma a un hospital, deslizó la responsabilidad de que haya alta letalidad a los pacientes y sus familias: "(esa alta letalidad) nos hace pensar que existe retraso por parte de las familias o de los propios pacientes en acudir a atención médica".

El otro error de López-Gatell tiene que ver con su triunfalismo. Quizá contagiado por su jefe López Obrador, en las conferencias se pone a emitir juicios en los que México es un país que está "teniendo éxito" en las medidas que implantó. "Pocos países lo han logrado, lo ha hecho muy bien".

Cuando la escalada más importante de la enfermedad está iniciando, López-Gatell insiste en hablar de éxito, en presumir algo que, ojalá, no resulte catastróficamente reprobado en los hechos.

Ebrard puede controlar algunas deficiencias de la inoperancia de sus colegas de gabinete: iniciar negociaciones con gobernadores justificadamente críticos con Salud o el IMSS; puede gestionar la compra y la entrega de equipos; puede, en fin, enviar el mensaje de que habrá un gobierno que gestionará con diligencia la crisis sanitaria.

Ebrard, que no es de modos suaves, intenta ser secretario de Gobernación, director del IMSS, ejecutor de compras del Insabi y jefe de una comunicación efectiva para la pandemia. Es lo que pidieron.

El detalle no es que no reciba ayuda de otros funcionarios. El problema es que el médico que debería hacerle más sencilla la operación política, las negociaciones y la claridad de los mensajes parece empeñado en ser la estrella pase lo que pase. Y pues así nomás no se puede. Así, ni Marcelo –político fogueado en crisis– puede.

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