Internet nos iba a hacer libres. La verdad es que no. Y ahora es posible que en demasiados aspectos nos haya hecho más vulnerables, y nos haya dejado más inermes ante los abusos de empresas, como FedEx.
Va una anécdota reciente que creo que ilustra deficiencias más allá del caso 'aislado'.
Estamos en pandemia (obvio). Así que pides, como todo mundo, algo para que te lo envíen a casa. El producto en cuestión viene de Estados Unidos. Sabes que en una de esas se atora por temas aduanales. Pero si lo quieres, pagas.
La tienda donde compraste decide enviarte por FedEx. Oquei. Pero el día que pasan a 'entregar' el producto, no estabas en tu domicilio. Mala suerte amigo. El empleado de la trasnacional no deja un post it con un "vine, no estaba, pase a recoger su paquete a tal o tal". Nada. Ni este es el número de guía ni nada. ¿Dónde andará mi compra? Sabe. Todo lo que te dice el portero es que el mensajero de FedEx refunfuñó hasta la grosería que tenías que pagar impuestos y que qué barbaridad que no estabas para recibirlo a él, que no avisó que iría ni mucho menos.
Llamas a FedEx. Digite tal número, ahora tal otro, y por fin alguien te atiende: das tu nombre, tu dirección, y referencias de lo que estabas esperando. Largos minutos hasta que localizan tu compra y te dan las siguientes instrucciones: nada de programar otra cita para llevártelo, nada de ofrecerte alternativas así tengan otro costo, nada: tienes que ir al centro de distribución de Naucalpan a recoger en persona tus chivas.
Haces acopio de ánimo y te lanzas a Naucalpan. Llegas y la señorita de seguridad te pide identificarte y, mientras come un chocorrol, te dice que va a decirle a alguien. Desde la banqueta, y tras barrotes de acero que ya quisiera Trump, ves a cosa de diez metros una puerta de cristal abierta pero nadie más allá. En el patio de maniobras sólo hay gente que carga y descarga. Y la señorita de seguridad que te dice que de momento no hay nadie en el mostrador que te pueda atender. Pides entrar para esperar ahí, en el mostrador. Te dicen que de momento no hay nadie que te pueda atender.
Algo no te cuadra. Te pidieron ir a Naucalpan. Fuiste en horas de oficina. Te identificas en la puerta, dices tu asunto, pero no puedes entrar a las oficinas. Pides hablar con alguien: "de momento no hay nadie…"
Sigues en la banqueta. Pasa un 'supervisor' de seguridad. Se llama Rafael. Le dices el tema. Trae el cubrebocas debajo de la nariz. Dice que enseguida te responde. Regresa a los cinco minutos y te dice que como tu paquete está en abandono igual y en una hora te reciben para dártelo. Te piden esperes ahí, afuera. Preguntas que por qué una hora. Te dicen que porque "está en abandono". Sientes que son casi, involuntariamente, poetas. Es inútil insistir. Cuando intentas ingresar junto con alguien que entraba, te dicen que van a llamar a la patrulla. Te regresas al rayo de sol. Tú también te sientes poeta.
Al final interceptas a una empleada de nombre Alma. Le dices la situación. Pone cara de no manches. Te pide el número de guía. Se lo das. Entra. A los minutos sale otro alguien. Te pide el número de guía. Se lo vuelves a dar. Sale un tercero. Te dice que qué locura es eso de una hora para recibir un paquete, que ya te lo van a dar. Todo a través de la reja. Finalmente entras, pagas los derechos aduanales, te dan tu producto. Esto último no toma ni un minuto.
Nos quejamos del gobierno (claro, estaría bueno que la Profeco atendiera a los ciudadanos y no al Presidente, pero en fin)… mejor dicho, nos quejamos de los gobiernos, pero como empresas somos iguales o peores. El trato que dispensan a los clientes, que han incrementado hasta 30 por ciento sus compras on line, es de cuarta. Ay no, perdón, de octava, oh, tampoco, de quinta pues.
Y si quieres llamar a quejarte, suerte: digite cero repetirá una y otra vez la operadora durante largos, largos minutos. Gracias internet. Ya todo es digital, y tan poco respetuoso como siempre. Ya sólo quieres llegar a la casa a sacar un chocorrol del congelador.