La Feria

Felicidades al PRD

El Partido de la Revolución Democrática nunca evacuó de su edificio a los cuadros que le lastraron con lamentables desempeños, escribe Salvador Camarena.

En 75 días el Partido de la Revolución Democrática cumplirá 30 años. La cosa iba mal rumbo al aniversario, pero ayer tuvieron una buena noticia. Varios legisladores, entre ellos el coordinador de la bancada en San Lázaro, un exdelegado que acumula escándalos y un operador político de los poco memorables tiempos de Mancera, renunciaron al PRD. Bien vista, esta podría ser la mejor cosa que pudo pasar a los perredistas en mucho tiempo. Falta sólo saber si podrán sacar raja de tan oportuna defección.

El PRD, compañero de viaje de Andrés Manuel López Obrador durante casi tres décadas, perdió su categoría de partido mayor en la elección de 2018, cuando el tabasqueño capturó la presidencia, las mayorías en San Lázaro y el Senado, cinco gubernaturas y más de la mitad de los congresos estatales.

Los comicios del 1 de julio fueron una suma cero para el PRD. Tres de sus gubernaturas –Ciudad de México, Tabasco y Morelos– las perdió a manos de Morena. Y buena parte de las curules y los escaños que dejaron de ser amarillos en el Congreso de la Unión los ocuparon cuadros de López Obrador y sus aliados en esa elección.

Pero sería incorrecto decir que el otrora principal partido de la izquierda mexicana se desfondó como efecto del llamado tsunami lopezobradorista.

Habrá quien vea en la adhesión del PRD al peñista Pacto por México la causa de la debacle, habrá quien fije el origen de la crisis de los amarillos en una cada vez más descarada hambre de poder de sus tribus, y no faltará quien se atreva a reconocer que algo habrá contado el que varias apuestas en diferentes gobiernos salieron mal: desde las cosas que se vieron en las alianzas personificadas por Gabino Cué (Oaxaca) y Rafael Moreno Valle (Puebla), los escándalos de administraciones como las de Amalia García y Leonel Godoy, que llevaron a regresar al PRI a Zacatecas y Michoacán, respectivamente; cosa que en años después repetirían Graco Ramírez y Arturo Núñez. Y, claro está, Miguel Mancera en la capital.

El común denominador de todos esos casos podría ser el inadecuado procesamiento al interior del PRD de escándalos, ya sea por presuntos actos de corrupción, ya sea por ineficacia, inoperancia e indolencia.

El Partido de la Revolución Democrática no hizo nunca un intento de autocorregirse, de reformarse. Nunca evacuó de su edificio a los cuadros que le lastraron con lamentables desempeños. En pocas palabras, a ese partido le faltó hacer para sí mismo una revolución democrática. Hubo un efímero intento (2015-2016), pero los grupos hegemónicos sofocaron la posibilidad de refundación que les planteó Agustín Basave.

Y encima no parecieron reaccionar ni siquiera tras la bofetada del electorado en la elección de julio. En estos ocho meses el partido sólo ha ido perdiendo fuerza. Hasta ayer, en que se dio la renuncia de nueve diputados, entre ellos un par de protagonistas de sonados escándalos en Coyoacán y San Luis Potosí, dijeron adiós al partido del que se sirvieron tantos años.

A punto de cumplir 30 años, el PRD ha recibido un regalo. Felicidades. Se han ido varios de los que le hicieron perder credibilidad. Pero faltan otros. Ojalá la dirigencia aproveche esto para, ahora sí, refundarse. De lo contrario, este sol se apagará sin remedio.

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