En 2016, las autoridades de Hacienda decidieron un recorte de 10 mil millones de pesos al sector salud. Al doctor José Narro, entonces titular del ramo, no se tomaron la molestia ni de consultarle dónde afectaría menos el golpe presupuestal. Así era el pasado reciente.
La semana que concluyó tuvo en el Instituto de Salud para el Bienestar a uno de sus protagonistas mediáticos.
El deterioro del sistema de salud en México es una constante en los últimos sexenios. Las capacidades institucionales en ese rubro han sido llevadas a un punto crítico por el aumento de la población que demanda salubridad al Estado y por la rapacidad de una clase política que ha medrado con tan sensible necesidad.
El sexenio de Peña Nieto, para no ir más lejos, fue el de las inauguraciones de hospitales fantasma: la prensa se cansó de reportar que era falaz el inicio de operaciones de más de 300 inmuebles sin equipamiento médico o personal. Centenas de, literalmente, elefantes blancos. Centenas de fraudes. Y en esos fraudes están involucradas las autoridades de los estados. Fueron tan frívolos que llegaron a usar helicópteros ambulancia para esquiar en agua. Las carencias de un lado, los abusos del otro.
Pero había otro tipo de fraudes, esos que se hicieron medrando con los recursos del Seguro Popular, una buena idea pervertida por los gobernadores y no pocos empresarios que se han enriquecido a costa de la salud de los más pobres.
El sistema de salud en México está enfermo. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha propuesto modificarlo de cuajo, y para ello, entre otras cosas, ha decretado la desaparición del Seguro Popular.
La semana que concluyó algunos descubrieron que, contra lo que dice el mandatario, la salud en los hospitales públicos se cobra a los pacientes. Vaya novedad. En México la gente sobrevive en un país lleno de zonas de exclusión, en el que las posibilidades de librar el día a día son determinadas completamente por la capacidad económica de cada familia. Lo mismo en acceso a justicia, seguridad, trabajo o servicios como la salud.
López Obrador debe ser el presidente en la historia de México que más clínicas rurales conoce. Durante giras exprofeso atestiguó de primera mano el desastre en que los prianistas dejaron a la salud. Él se ha comprometido a un cambio radical. Pero no lo va a poder hacer solo.
Una de las cosas que los críticos acérrimos del Presidente no comprenden es que a él le toca hablar bien de su gobierno. Es un hombre de poder y está convencido de que moverá al elefante burocrático, por eso defiende cada día, hasta con tozudez, sus políticas.
Claro que cobran por casi todo en los servicios médicos públicos. Si la gente no pusiera de su bolsa el colapso sería total. Sin embargo, es difícil no estar de acuerdo con Andrés Manuel en que al sector salud le urge una renovación.
Para ello puso al frente a Juan Antonio Ferrer, un servidor público serio y comprometido. Hay quien ha querido rebajar a Ferrer al decir que es arqueólogo de profesión. Como si tal cosa fuera un desdoro.
Ferrer es un tipo serio, que acompaña al Presidente desde hace mucho. Él fue el primer sorprendido cuando hace poco más de un año, en Palenque, López Obrador le pidió idear un cambio total del sector salud. Pero repuesto de la sorpresa, se puso de inmediato a hacer la tarea.
A pesar del profesionalismo de Ferrer, a pesar de la voluntad del Presidente, atender las necesidades en materia de salud de los mexicanos sí implicará una transformación que tendría que comenzar con un cambio de la actitud de los dos bandos enfrascados en la polarización.
El gobierno, está probado, no puede solo. Reconstruir el sistema de salud debería ser una prioridad para todos, y un campo donde no hubiera división, pues cuesta vidas. Ojalá el gobierno se deje ayudar, ojalá la oposición no quiera también de esto medrar.