El mayor talento desplegado hasta ahora por Andrés Manuel López Obrador en su todavía novísima calidad de Presidente de la República es el manejo de la comunicación social.
No hay conversación pública que no esté impregnada de su retórica. Su impronta verbal sobrevive, sin despeinarse, el tiempo real; se transforma día a día para permanecer: logra constituirse en muralla de mensajes que, convenientemente, impiden discutir y juzgar la acción de gobierno del tabasqueño.
En este primer año de la administración de López Obrador, la batalla política se da en el campo digital. El Presidente ocupa las pantallas sin apenas dejar respiro para algo más. Como la patria más de un celular por hijo nos dio, nadie ha entendido mejor que el Peje que de lo que se trata el hoy es de llenar nuestros datos de memes y trending topics, de humo que algunos toman como incienso, pero que otros tosen sin poder dejar de respirar adictivamente.
Buena parte del avasallamiento del Presidente ocurre desde las mañaneras, sesión que él propone que llamemos diálogo circular. No hay tal. Es una gran antena de emisión de sound-bites: no son respuestas, pues no contesta a interrogantes, ya que lo planteado por sus interlocutores siempre será la muleta retórica en la que sostendrá el paso de una nueva frase pegajosa.
A las pocas horas de ser lanzadas desde el montículo presidencial, bolas ensalivadas como "machuchones" o "fifí" quedarán incorporadas al vulgo de costa a costa y de frontera a frontera. Pasto para histriones y analistas por igual, sal en la herida de opositores sin luces, maíz para maiceados, levadura para las manos de los monjes de esta que se pretende sea una nueva fe.
La gran derrota de la oposición no es sólo su medrosa actitud frente al nuevo hombre fuerte. Es sobre todo su incapacidad para entender que se necesita crear un lenguaje genuino, en forma y fondo, para disputar la agenda a este maestro de la propaganda que hasta cuando no hace lo que se espera de él, como el día del Grito, genera ondas sísmicas de conversaciones sin futuro.
Y es que no basta, como decía hace no mucho Jesús Silva Herzog, el no adoptar el lenguaje que desde Palacio Nacional se quiere imponer: ni sus símbolos ni sus banderas insustanciales –promesas de realidades transformadas.
Lo pertinente, además de no mencionar el catecismo de la 4T en vano, es tener conciencia de que el juego es escaparse de esta realidad hecha de refranes, simplismos y molinos de viento tan artificiales como maniqueos.
Qué chiquitos se hacen los expresidentes surgidos del PAN al alimentar al troll. Si así son los herederos de maestros de la pluma como Gómez Morin y Castillo Peraza, qué esperar de otros de ese partido que no llegan ni a bárbaros del norte.
Del otro lado, históricos de la otrora izquierda pasan sus días en la muina perpetua que les brota ante los dichos presidenciales.
En medio, los venezoleados: aquellos que no ven la hora de gritar a todos que cada cosa que expresa el Presidente les da la razón a ellos, que nos dieron la primicia de que nos iba a llevar al abismo.
Caímos en la trampa. Andrés Manuel, hasta en la sopa. Somos el meme perpetuo de un sexenio de la marmota, donde lo único que cambian son los ringtones de la voz presidencial que define la vacuidad de nuestro debate.
Estamos donde quería tenernos AMLO: enervados, en un estado de alteración permanente, sin estrategia salvo la de responder todo a bote pronto. Su terreno favorito.
Fuchi, guácala.