La Feria

Huérfanos de izquierda

El reto del PRD no es sencillo. A siete semanas del primer aniversario de la presidencia de López Obrador viven renegando de su (otrora) militante más adelantado.

Cuando los dirigentes (es un decir) del Partido Acción Nacional vieron que se avecinaba su octogésimo aniversario, se vieron ante una cuestión elemental pero ineludible.

Festejaremos tan importante fecha sin ninguno de los presidentes que nuestra organización le dio al país: Vicente Fox, en el rancho de la histeria, y Felipe Calderón, en la intentona de lograr un nuevo partido.

Así que, bajo esa lógica, lograr que el PAN presentara al guanajuatense en su gala para festejar ocho décadas fue visto, internamente, como una victoria: tenemos algo qué presumir. El mundo pensó distinto, mas qué se le va a hacer.

Pero claro, luego vino Fox, que fiel a su estilo abrió la boca y echó todo a perder sin que a la mano estuviera Rubén Aguilar para tratar de traducirlo. Vicente –el que apoyó a los priistas Peña y Meade, antípodas de la esencia de Acción Nacional– salió con aquello de darle en la madre a Morena y pues ya el asunto de festejar ocho décadas de un partido que fue esencial para que México se modernizara quedó en los pies de foto, que aunque se leen no hacen historia.

Dentro de todo, viendo el vaso cuarto vacío, se puede acreditar que el PAN lo intentó: usó su aniversario para tratar de sacar pecho. La cosa blanquiazul está famélica –por cuadros cuestionables (hola George Romero), credibilidad en el suelo, etcétera– pero ahí quedó su intento. Guste o no.

En la acera contraria es todo bruma. Si tomamos en cuenta que el PRD es el summum de las fuerzas de las izquierdas históricas, el Partido de la Revolución Democrática hoy es un espectro, no le da ni para convocar a sus cuadros que más lejos han llegado.

Y es que aunque formalmente el PRD tiene gobernadores, diputados federales y locales, incluso por ahí algún senador, no existe. Si hiciera una fiesta, sus liderazgos no llenarían ni el Café La Habana: el Che, comensal de leyenda de ese tugurio de la calle Bucareli, parece más vivo que ese partido. O, para ser justos, el símbolo del revolucionario argentino asesinado hoy hace 52 años es más poderoso en el espacio simbólico de la política mexicana que el partido heredero de la izquierda.

El reto del PRD no es sencillo. A siete semanas del primer aniversario de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador viven renegando de su (otrora) militante más adelantado.

Treinta años, en números redondos, AMLO estuvo con el PRD, partido al que el tiempo colocó en ingrato lugar: en la ocasión más exitosa del tabasqueño, el perredismo se quedó fuera de la anhelada victoria.

Aquí hay dos cosas que subrayar. El triunfo de López Obrador supone para el perredismo una trampa retórica: fue tu dirigente nacional, tu jefe de Gobierno del DF, tu símbolo de la resistencia en dos derrotas y ahora dices que es malérrimo: "cómo así", como dicen los colombianos. ¿Fue todo lo bueno y ahora que es Presidente es todo lo malo? El perredismo escupe para arriba cuando reniega del tabasqueño, que fue su sol antes de desfondarlos.

La otra cosa destacable es que, haya sido como haya sido, Andrés Manuel ganó sin el PRD y eso ya fue hace quince meses: demasiado tiempo y los perredistas todavía no encuentran la brújula que les ayude a encontrar un rumbo para el futuro.

Hay muchas cosas de las cuales no se puede acusar al presidente López Obrador, con su evidente impulso avasallador. Una de esas es que ocupe los espacios que importantes partidos no han sabido reclamar. Como el de la izquierda, huérfano desde que el PRD se desfondó el 1 de julio de 2018.

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