Hay un video de la campaña de Enrique Peña Nieto en el que el candidato es presentado como una opción fresca, renovada, la cara de una promesa de cambio con certidumbre. Para reforzar ese mensaje, al candidato se le ve rodeado de jóvenes colaboradores.
Somos el PRI pero aprendimos de los errores, queremos una nueva oportunidad, porque miren bien: ya no somos dinosaurios, somos jóvenes. Junto y detrás de Peña Nieto estaban Aurelio Nuño, Luis Videgaray y, entre otros pero notablemente, Emilio Lozoya Austin, detenido en España, luego de una fuga de meses.
Esa promesa de cambio anoche estaba detrás de barrotes. Sin prejuzgar la inocencia de Lozoya Austin, el mensaje es nítido. El peñismo está en el banquillo no sólo de la historia, sino de fiscales del gobierno que tiene como bandera acabar con la corrupción.
La caída de este príncipe sacude al PRI, al grupo mexiquense del poder (que incluye empresas como OHL y AHMSA), a no pocos de sus colaboradores y empresarios, y de paso fortalece, por si hiciera falta, al presidente López Obrador.
La fórmula tantas veces vista de: abogado-poderoso-logra-que-defendido-se-salga-con-la-suya-sin-pisar-un reclusorio quedó hecha añicos este miércoles.
Es una semana redonda para AMLO. El exfuncionario que incluso bajo metralla periodística sonreía al enfrentar a la prensa desdeñando testimonios de funcionarios de Odebrecht, que bajo juramento lo habían señalado de recibir sobornos, este miércoles iba de WhatsApp a WhatsApp, exhibido en un video con las manos esposadas y sujetado por policías españoles.
El libreto del presidente López Obrador de que el pasado apesta, sigue acumulando sustento. En menos de noventa días han caído en el extranjero Genaro García Luna, el funcionario que representó la piedra angular del calderonismo en términos de seguridad, y el encargado de Petróleos Mexicanos de Peña Nieto, señalado en compras plagadas de irregularidades, que mermaron el patrimonio de la otrora paraestatal, y sobre cuya reputación llovieron versiones de cobros indebidos, hasta para obtener una cita.
Al ser detenido en Málaga, Lozoya se convierte en algo que dijeron algunos de Chávez, radiactivo para muchos otros y para sí mismo.
Su corta carrera en la función pública contrasta con su linaje. Hijo de un alto funcionario de Carlos Salinas, casado con una potentada alemana, educado y fogueado en el extranjero, pez en el agua del mundo financiero y diligente colaborador de Peña Nieto desde que le auxiliaba a dominar los entresijos de esa Roma de los negocios llamada Davos, Lozoya podría convertirse, como alguien se lo dijo antes de acabar el anterior sexenio, en un nuevo Duarte, en un símbolo de un tiempo corrupto.
Pase lo que pase en las siguientes etapas procesales, no cabe margen de duda de que en tiempos del presidente López Obrador, la justicia ha sido severa con los peces gordos.
Ni Juan Collado, con toda su experiencia y contactos en los mundos judiciales, ni Rosario Robles, con su bien fundado argumento de la improcedencia de su encarcelamiento, han podido librarse de los rigores de la prisión: para ellos no ha habido la facilidad de enfrentar los cargos con la gracia que contempla la propia ley. Lozoya no tendría por qué esperar cosa distinta. Cuántas pulgas querrán echarle a este perro en tiempos adversos.
En el dominio de los símbolos pocos, muy pocos como Andrés Manuel. Ayer en este espacio abrí interrogantes sobre los dos mil millones de pesos donados el lunes por la Fiscalía General de la República al gobierno federal. Dudas legítimas que merecen aclaración para beneficio de la ciudadanía.
Pero al mismo tiempo es necesario reconocer que López Obrador se enfocó en lo que a él más le importa. El cheque de la FGR vale mucho más que los nada despreciables 100 millones de dólares que ampara.
Más valioso aún que ese monto es el mensaje de que abusivos de cuello blanco no se saldrán con la suya. En las cuentas de varios empresarios, febrero cerrará con miles de millones de pesos menos por una sola acción gubernamental.
Y 48 horas después de 'recuperar' ese monto, la Fiscalía regala al presidente AMLO la cabeza de un príncipe del sexenio pasado. ¿Quién durmió bien ayer en el reino del peñismo?