La Feria

La cuarta campaña presidencial de AMLO

Trece años después de los desaseados comicios de 2006, López Obrador está de nuevo en una campaña presidencial.

El documental 0.56 por ciento, que narra los desaseados comicios de 2006, termina con Andrés Manuel López Obrador en un mitin que no podría ser más anticlimático. El hombre que a lo largo del filme arrastra multitudes rumbo a la cita electoral del 2 de julio de aquel año, ese mismo personaje aparece en los últimos segundos de la película en un pueblo perdido, frente a un puñado de personas que apenas si le pone atención.

Parecía el final de un político que enfrentó una macrooperación política que lo quería ver fuera de la elección, así fuera necesario meterlo a la cárcel. Pero no fue así. Era un nuevo inicio. El resto es historia.

Trece años después de aquellos comicios, López Obrador está de nuevo en una campaña presidencial. Desde hace una semana ha emprendido una marcha para, desde el gobierno, retener el poder. Y lo hace como sólo él sabe. A ras de tierra. A grito pelado. A contracorriente. Con los suyos o sin los suyos, pero desafiando a quienes le creen tocado sin remedio por la baja en las encuestas que no le ven resolver violencia o corrupción, por una economía atonal, por el virus que paraliza continentes.

Puesto contra la pared por la realidad, como hiciera en 2007, AMLO se refugia en los pueblos que le aplauden sus ocurrencias, su terquedad, sus promesas de ayudas sociales, su maniqueísmo. ¿La apuesta del Presidente resultará exitosa para él y su administración?

El país entero tiene al coronavirus en la cabeza. Las redes sociales alimentan la zozobra de la población ante un enemigo ubicuo, creciente y sin cura preventiva. La información que se consume en todas las plataformas demuestra la gran inquietud de los ciudadanos ante la posibilidad de que México entre en cuestión de horas en la espiral de los contagios locales.

Frente a ese panorama, López Obrador ha decidido al menos tres cosas. Que sólo haya un vocero público pero no un gabinete de emergencia para una crisis que puede cobrarse mucho más que vidas humanas. Que es el mejor momento para tratar de recuperar el monopolio de la conversación pública, y que para ello hará campaña, cueste lo que cueste. Y, tercero, que cada mexicano se rasque con sus propias uñas, sean grandes corporativos a familias sin mayores posibilidades de enfrentar una contingencia económica.

Dando por bueno que la información que el gobierno de López Obrador ha ofrecido sobre los contagios sea correcta, y que las medidas oficiales que se han tomado hasta ahora –polémicas o no– son las adecuadas, llama la atención la jerarquía con la que AMLO organiza su agenda.

Lo crucial para el tabasqueño es imponer la conversación con ruedas de prensa y llenar las redes de videos sobre sus giras al costo que sea. Es decir, el país atestigua cómo en todo el mundo se discute que evitar nuevos contagios es lo más importante, mientras el gobierno federal se niega a dar el ejemplo al restringir las actividades masivas del Presidente. Antes algunos gobiernos estatales y muchas familias y empresas han optado por la acción preventiva real, que el gobierno.

Primero fueron las mujeres, y hoy el coronavirus, los que evidencian los grandes límites de la visión de Andrés Manuel como Presidente de todos.

En Palacio Nacional tienen otras prioridades. De hecho, en singular: una prioridad. Que AMLO mantenga inalterado su proyecto de afianzar su base social. Ni los históricos reclamos por la violencia de género, y menos un virus que aún no castiga a los mexicanos con severidad incalculable, detendrán la nueva, cuarta, campaña presidencial del tabasqueño.

COLUMNAS ANTERIORES

Las pensiones, pecados de forma y fondo
INE, árbitro que hace mosca

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.