La Feria

La imparable agenda del poder

La agenda del poder reforma leyes e instituciones al gusto del Presidente y de sus amigos, indica Salvador Camarena.

Tenemos al Presidente más político en mucho tiempo. Se sienta a hacer política, y le sienta hacer política. Piensa en política, en ganar poder, en repartir poder, en que le deban poder, en pagar sólo aquellas deudas que adquirió –o adquirirá– al buscar poder. En eso, y en poco más.

Al tomar decisiones, el Presidente no necesariamente piensa en el Estado; acaso piense en la parte histórica del mismo. Y en sentirse estadista por modificar de cuajo lo que encontró al llegar. Pero en el día a día, no piensa en el gobierno como la gestión del poder, la ley y la autoridad para la resolución de problemáticas de la nación en su conjunto. No. Este Presidente partió al país en dos (ya estaba partido, pero esa es otra historia), y en nombre de la mitad que nada tiene acumula para sí y los suyos aquello que le ayude para la conducción del todo. Más poder para nosotros para poder hacer más por los que nunca han tenido, sería en teoría la lógica. Y por esa causa justifica una drástica modificación del rumbo, y no teme –en absoluto– que ese volantazo haga saltar por los aires a parte de los tripulantes del tren nacional, menos aún lamenta que los que salgan afectados sean aquellos que no iniciaron el viaje con él, aquellos a los que no les debe.

Parte de la naturaleza de ese viraje, que supuestamente sólo busca el bienestar popular, surge de una poco sofisticada intuición presidencial de que las cosas saldrán bien por pura voluntad, porque es noble el propósito, porque se pueden tomar caminos distintos aunque no haya evidencia de que tales rutas funcionen, aunque haya indicios de que pudiera ser contraproducente hay que desmontar las "inercias" ortodoxas.

Pero otras tantas decisiones que hemos visto desde el 1 de julio de 2018 se explican esencialmente desde la lógica del poder. La cancelación del aeropuerto de Texcoco, a pesar de las estratosféricas penalizaciones, o la determinación de que el avión presidencial se quede en tierra cueste lo que cueste, sirvió al Presidente para calar su poder.

Las resistencias a tan inopinados plumazos fueron mínimas, inexistentes o de plano enclenques. El Presidente descubrió la desproporción entre su poder, y el de los demás. Mayor precisión de esa disparidad la tuvo con algunas detenciones de gran calibre y lo mismo con la defenestración de caciques sindicales o príncipes de la Corte.

Si bien en esas ocasiones puede hablarse de que el Presidente utilizó a su favor algo de factor sorpresa, que sacó ventaja de quienes creyeron que al ganar se serenaría o mudaría de piel –una cosa es la campaña y otra el ejercicio del poder, se dijo– lo cierto que es el Presidente no ha dejado de acumular poder, y usarlo, en 24 meses de habitar el Palacio Nacional.

Ese ímpetu no cesa. Y ha roto, vez tras vez, el umbral de cosas que dábamos por sentadas: no se va a meter en la Corte. Los órganos autónomos serán respetados. Y así un largo etcétera hasta manosear, como ocurre en estas horas, el Banco de México.

Es la agenda del poder. Una que reforma leyes e instituciones al gusto del Presidente y de los amigos del Presidente. Para favorecer los intereses del Presidente. Para pagar los compromisos adquiridos, y los proyectos prometidos, por el Presidente. Nada más. Pero nada menos.

Y frente a un presidente que disfruta de usar el poder, de acumularlo sin freno, hay una sociedad y ciertos factores de poder que no logran encontrar el modo, o el valor, para hacerse sentir, para disentir, para disputar medidas atrabiliarias.

Ni modo de reclamar que el presidente hace cuanto ha querido –dándose incluso el lujo de adelantar sus intenciones– mientras los demás, todos, dos años después, no atinan cómo decidirse a resistir eficazmente y reclamar, con argumentos y creatividad, el poder.

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