Quizá la peor parte de la pandemia en México es que al final parece que a algunos sirvió como instrumento para dividirnos más.
Que quede claro: nadie está trivializando las tragedias individuales que cada una de las personas infectadas (personal sanitario incluido) y sus familias han vivido en estos meses de enfermedad, incluso desde antes de que el 28 de febrero se detectara el primer caso oficial de Covid-19 en México.
Esa dimensión de tragedia no es comparable con nada. Miles de muertes y largas noches de sufrimiento para igual número de familias. Nada es peor que eso cuando, además, las infecciones y los decesos van al alza. Y junto con esa parte sombría –la peor– están todos los que han visto el descalabro económico por la crisis asociada al coronavirus. Golpea y remata esta pandemia.
Pero precisamente por ello, porque la amenaza era y es real, porque ésta vino de fuera, porque nadie pudo pronosticarla hace meses, y porque el comportamiento del virus puede aún depararnos malísimas sorpresas –máxime al infectar a una población con problemas de obesidad y diabetes, y al debilitar una economía ya estancada–, por todo ello alguien pudo haber pensado allá en el lejano enero que estos meses serían distintos, que como país aparcaríamos la discordia para poner por delante un solo objetivo en común: tratar de salvar a los más con los menores costos posibles. Qué iluso quien haya pensado así.
Ayer –en ese ayer que son un par de años– nos peleábamos por un candidato contra el sistema. Hoy nos peleamos por un subsecretario 'del sistema'.
Ayer algunos criticaban que menos que en ningún momento, las tragedias debían ser espacios exentos de la más mínima sospecha de abuso o corrupción por parte del entorno de los poderosos. Hoy buena parte de esos que ayer criticaban defienden al abusivo y critican al mensajero.
México inicia el peor momento de contagios de Covid-19. Y lo que el coronavirus encontrará –no sé si a diferencia de otros países o peor que en otros países, pero qué más da, nosotros vivimos en éste, no en otro–, lo que el bicho mortífero tendrá enfrente no es un país fortalecido con la suma de tantos como sea posible, coordinado en la respuesta, animado incluso en la adversidad.
No. Covid-19 se irá topando con un territorio donde la respuesta de las autoridades estará en trincheras, una nación donde la palizada mayor desdeña, o de plano enfrenta abiertamente a aquellos actores que osaron proponer caminos distintos, tiempos recortados, más pruebas, más discusión, más inclusión…
Miren que usar una amenaza tan volátil y letal como este virus para emprenderla contra 'los adversarios', un día sí y otro también, nos lleva a otro nivel, a uno que quizá en efecto sólo se vio en el siglo XIX, cuando la división nos trajo pérdidas de territorio y guerras civiles. Toquemos madera, o al menos saquemos un Detente, para conjurar esos recuerdos.
Está claro que el peor costo se lo llevarán los más pobres. Por comorbilidades, por añejas carencias, porque –es cierto– la corrupción del pasado (recientísimo pasado) dejó a capas de la población sin hospitales, sin clínicas, sin salud, sin futuro aunque no lo supieran.
Pero también es cierto que a la hora de preparar la defensa, el mariscal en jefe pensó que podría ganar esta batalla sobre todo para hacer avanzar 'su' proyecto, no necesariamente al país, ni a tantos como fuera posible.
Si el jefe del Estado tiene esa visión (es un decir, porque visión es una palabra que evoca algo positivo), entonces claro que no estorba la división. Ayuda.
Así que la amenaza, que a tantos millones tiene encerrados, a millones más con miedo, a todo el país conteniendo el aliento, a cientos de miles temerosos por sus ingresos económicos y patrimonio, y a miles rezando por sus enfermos o muertos, esa amenaza a unos les sirve para seguirnos dividiendo. En el plano nacional, esa es la peor cara de esta tragedia. La peor parte. Y esa pandemia, la de la discordia deliberada, podría durar más.
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