Andrés Manuel López Obrador lo hizo de nuevo. Aunque diario opina sobre toda clase de temas ante periodistas y paleros en la conferencia mañanera, él tiene su agenda y va cambiando el ciclo noticioso a su antojo.
La exclusiva periodística de El País, dada a conocer ayer al filo de las 13:00 horas, en la que se reveló la información de que AMLO ha iniciado una ofensiva diplomática para que España ofrezca disculpas por los abusos y crímenes de la Conquista, tomó por sorpresa a académicos, historiadores y opinadores, que no necesariamente recibieron con agrado la noticia.
Una hora después, desde Comalcalco, Tabasco, acompañado de su esposa (que es historiadora), el presidente dio a conocer un video de casi siete minutos en el que abundó sobre el tema: también pretende que el Vaticano ofrezca disculpas y, él mismo en tanto jefe del Estado mexicano, hará lo propio con respecto a los agravios que contra de los pueblos indígenas han infligido una cadena de gobiernos.
Habría que reconocerle a López Obrador el talento para meternos en berenjenales. Ya no sólo discutiremos la revocación de mandato o si el modelo de desarrollo económico que pretende su gobierno es pertinente en estos tiempos. Ahora también polemizaremos sobre matanzas, despojo de territorios, exclusión, violencia y racismo ocurridas desde hace cinco siglos, y cuyos efectos y práctica continúan al día de hoy.
AMLO, el presidente que se arrodilló en un ritual de 'inspiración' indígena el día de su toma de posesión, vuelve a apelar a la población excluida, esa que no será difícil que se sienta reivindicada si alguien demanda que se conozcan, divulguen, discutan y reconozcan los abusos en contra de sus ancestros.
Que México discuta su historia no es para nada una mala idea. Que se revisen los abusos contra los más pobres, que se enseñe a los que no lo saben cuánto se explotó, y se explota, a las comunidades originarias, es muy pertinente. Pero que ese debate vaya a terminar en una reconciliación, como promete López Obrador, está por verse.
Porque tampoco es menor el riesgo de que todo acabe en un montaje patriotero de cartón piedra, sobre todo cuando no se hace un análisis de las prácticas coloniales que hemos reproducido de manera continuada y que su administración se encuentra replicando al no respetar el derecho a la consulta libre e informada de los pueblos indígenas en proyectos como la termoeléctrica en Morelos, la refinería de Dos Bocas y el tren maya.
Ante esta nueva iniciativa, hay dudas pertinentes: Qué tan conectados estarán esos esfuerzos de revisión histórica con la búsqueda de justicia, por lo menos a nivel de memoria, de cuantos fueron avasallados; y qué tan consistente será el objetivo de entender la historia para no repetirla, cuando hoy en sierras, mesetas y selvas se hostiga y mata a defensores de los derechos de esos pueblos.
A López Obrador no lo amedrentará ni la negativa a revisar el tema, expresada ayer mismo por España, ni las burlas de cubículo y celular que su propuesta reciba.
Ver la foto del domingo del presidente en medio de un mar de madres de desaparecidos debería de servirnos de recordatorio de que López Obrador no va a necesitar de intermediarios para emprender este nuevo acercamiento a los marginados.
Ahí va López Obrador en su objetivo de reinventar todo, así sea sólo en el discurso, en un sexenio. Ayer ya puso otro gran tema en la mesa. Uno del que no nos vamos a alejar por años. Uno con el que él pretende coquetearle a la historia.