Vamo a calmarno. Para quizá –sólo quizá– tratar de entender lo que está pasando. O para ver si al menos así los opositores del Presidente pueden captar de qué va el juego.
El primer paso, aunque les cueste trabajo a tantos de ellos, es abandonar los adjetivos. Llevan dos años y medio en el incontenible azote. Tanto furor y tan poco logrado debería hacerlos reaccionar. Pero ni así. Por eso, aunque sea por unos minutos: vamo a calmarno.
Segundo paso. Ya un poco más tranquilos, sepan que tienen algo de razón. Desde la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador hemos vivido una cadena de sucesos controvertidos.
Elegí esa palabra a fin de evitar los términos 'sorprendentes', 'inéditos', 'lamentables', 'graves' y, por supuesto, 'aberrantes'.
'Controvertidos' nos ayuda a reconocer desde todos los ángulos algo no necesariamente malo. Si causa controversia igual es positivo o negativo, o un poco de ambos, y denota que hay debate, que se puede discutir o argumentar desde distintos ángulos.
Las demás palabras arriba citadas, y otros adjetivos proferidos en estos tiempos, descalifican; es decir, hacen más difícil el diálogo, cualquier intercambio. Y una de ellas, 'sorprendente', es de plano equivocada. Porque lo que ha hecho López Obrador desde que se convirtiera en Presidente electo no es, realmente, sorprendente. Y en eso coinciden críticos y apoyadores de AMLO.
Entonces, acotados los términos, digamos que la serie de asuntos controvertidos que el Presidente ha echado a andar, y la muy singular manera de accionarlos, serían el sueño guajiro de la oposición de un país que pretende evitar "que haya un retroceso económico, político y social". Y sin embargo, la realidad es que el Presidente impulsor de esas iniciativas goza de suficiente popularidad al tiempo que los opositores a las mismas lucen incapaces de hacer llegar su catastrofista mensaje. ¿Por qué?
Porque AMLO apela a grupos olvidados por décadas por ese poder económico y político que hoy se dice preocupado por el país. Lo que hemos visto en estos dos años no asusta a muchos de los agraviados.
Aquello de que prianistas iban a emparejar la cancha acabó francamente mal. ¿Que hubo algunas reformas que quizá hubieran funcionado con más tiempo? Puede ser. Pero en lo que eran peras o manzanas, los 18 años de la alternancia pre-AMLO fue un periodo mediocre y francamente agraviante por la falta de resultados, y por los abusos que tantos cometieron.
Que el actual gobierno no pueda detener hoy ni a un exsenador por las transas de Lozoya sólo confirma, paradójicamente, que los abusivos hasta cuando pierden realmente no están en riesgo. Frente a esa adversa realidad, AMLO gana otra vez, dado que se confirma el indebido poder de los del pasado.
Un segundo punto es que, precisamente, por poco que haya hecho López Obrador en la lucha anticorrupción, es claramente más de lo intentado por la triada Fox-Calderón-Peña: en dos años hemos visto en mayores apuros judiciales a expolíticos y empresarios que en los 18 años previos.
En contraste, la oposición ha desperdiciado dos años y medio. Sin autocrítica, ni renovación de cuadros. Desestiman el nivel de resentimiento que provocaron con su indolencia al fallar a promesas de cambio y justicia.
López Obrador les gana en lectura de comprensión de México. Andrés Manuel sabe que los gritos desaforados de quienes desde el poder no se atrevieron, de quienes desde la oposición tampoco se atreven a reformarse, le son funcionales.
Vamo a calmarno. Y ya calmados entiendan: como no cambian –ya vimos sus candidatos, su gatopardismo puro, su miope lectura del grave momento–, decepcionarán de nuevo. Sin remedio.