Ahora queda todo claro: no es que López-Gatell se haya hecho a la manera del presidente López Obrador. Es al revés: este subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud siempre fue como el mandatario: acomodaticio, dueño de 'otros datos', más ducho para comunicar que para gestionar y, sobre todo, escurridizo a la hora de hacerse responsable de nada.
El juego de semejanzas entre López-Gatell y su jefe fue aún más nítido la semana pasada, cuando renunció a asumir lo que le toca de una pandemia fuera de control, a la que incluso se niega a describir como tal. En vez de eso, igual que el Presidente, culpó a gobernadores y munícipes de una problemática que distintos observadores anunciaron inevitable: sin pruebas para detectar y/o aislar, sin instrumentar un encierro coercitivo y estratégico, los casos se multiplicarían sin freno. Y ahí estamos.
Incluso el término usado por Gatell para describir el viernes la escalada de contagios, cuando dijo que quería mandar un "mensaje de preocupación por lo que está ocurriendo en el nivel subnacional", revela un talante similar entre AMLO y el subsecretario con más exposición, y desgaste, del sexenio.
El personaje que encarna la negativa de este gobierno a negociar una sola política de salud nacional hoy, cuando la realidad le revienta a los mexicanos en contagios por doquier, hace finalmente un llamado de "preocupación" pero distingue, según él, que se trata de una problemática "subnacional". No asume, pues, su responsabilidad federal, y descarga que los brotes son de otro nivel de gobiernos.
Con Gatell, como con López Obrador, hay que tener memoria fresca para no caer en su incansable tendencia por la verborrea.
Fue Gatell quien se opuso, desde hace meses, a que los estados intentaran un modelo de contención que incluyera las pruebas tan masivas como fuera posible. Y fue Gatell quien hasta este fin de semana se negó, e incluso criticó, el uso del cubrebocas.
Pero sobre todas las cosas, y para despejar aquello de que parte del problema que hoy enfrenta México en la pandemia es que el Presidente decía una cosa y su 'gobierno' otra, habrá que recordar en lo que ambos coinciden plenamente: en no poner en el centro del debate el riesgo, en no diseñar una estrategia que metiera a las ciudadanas en la lógica de que todo lo que podían hacer las mexicanas de a pie, y que no es poca cosa, era tomarse en serio la alta contagiosidad e impredecible letalidad de este coronavirus y en serio no salir.
No es casualidad, pues, que hasta bien entrado el sexto mes de la pandemia en nuestro país tanto Andrés Manuel como el vocero de la estrategia gubernamental (es un decir) hayan aparecido en público usando cubrebocas. Demasiado tarde.
Al inicio de la pandemia el Presidente tomó la decisión de que fueran los técnicos –epidemiólogos y científicos de otras disciplinas– quienes marcaran la pauta de la atención al impacto del Covid-19 en nuestro país.
Esa decisión, que en otros gobiernos habla de un jefe de Estado capaz de depositar responsabilidades en quienes más saben de complejas materias, entre nosotros se tradujo en una sombría confirmación.
En este gobierno, incluso cuando se quiere poner a expertos a cargo de una problemática, estos prefieren servir a un jefe veleidoso que asumir una responsabilidad nacional.
Esa es la coincidencia de fondo entre López Obrador y López-Gatell. Ellos son los que eligieron manejar la salud de un país complejo y emproblemado, no desde una visión federalista o integral sino desde un nivel subnacional. Ni siquiera se puede decir que su visión sea centralista, porque esto incluiría la vocación de acaparamiento para ser los únicos a la hora de instrumentar las decisiones… y de cargar con las responsabilidades.
Nada de eso. Como no fueron ni centralistas ni asumieron su responsabilidad dentro del pacto federal, hoy López-Gatell se refugia en el berrinche (como hizo el viernes al no presentar el semáforo), se dice incomprendido (como cuando se mandó hacer un video que pasó en la conferencia para autojustificarse) y reprocha a otros lo que ya sabíamos que ocurriría con su fallida estrategia: la pandemia está fuera de control, y él se refugia a lloriquear en Palacio. Nada original, pues.
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