La Feria

Nuestros trabajadores esenciales

La pandemia nos ha enseñado que en este país importan, sobre todos, los políticos. Después de ellos, van otros políticos; y luego de éstos, algunos políticos más.

La pandemia nos recuerda con crudeza lo que somos, y lo que no. Un país sin acuerdos fundamentales, podría ser una de las conclusiones más evidentes del retrato que nos devuelve el espejo de la rampante enfermedad por Covid-19. O una sociedad no sólo dividida, sino enfrentada. Una nación, pues, donde las prioridades no tienen consenso.

A ocho meses del primer contagio oficial por el nuevo coronavirus pasan en México cosas muy significativas. Me quedo con una: la flagrante muestra de que en este país importan, sobre todos, los políticos. Después de ellos, van otros políticos. Y luego de éstos, algunos políticos más. Y sólo cuando ya se acabaron de repartir las cosas que valen, vienen personas de otras profesiones, gente de las más variadas ocupaciones.

Bendita pandemia que nos recuerda que nuestros genuinos trabajadores esenciales son quienes se dedican a la política.

Son tan importantes nuestros políticos que, miren ustedes si es que han visto sin ver, un gobernador o un legislador puede decir que tuvo ligeras molestias en la noche y pocas horas después ya tiene la confirmación de resultado positivo de Covid-19.

Guarde Dios la hora en que nuestros políticos fueran como uno, que tuvieran que ir al hospital X o al Y o al Z y pagar un salario mínimo mensual para –oh, infortunio de los mortales– esperar un día, o dos o más, para saber el resultado del molesto cultivo.

Nada de eso. Diputados y senadores son esenciales. Como lo oyen. No curan enfermos, no cuidan pacientes, no resuelven ni el transporte de medicinas, vaya, pero tienen pruebas al alcance de la mano.

Tan son esenciales que apenas asoma el frío en San Lázaro montaron cubículos para vacunar contra la influenza a tan esforzados trabajadores como son las y los legisladores.

Hagamos un paréntesis. Claro que el presidente de la República, que debería ser eso, el que presida por todos, debe estar cuidado, muy cuidado. Ese sí es esencial. Y acaso también los encargados de Salud. Pero como en este país no hay ladrones ni autoridades de Salud que sepan más que el mandatario, pues con cuidar al titular del Ejecutivo sobra, porque los demás, salvo para traducirle al Presidente en sus intercambios con gente que no parla castellano, pues sirven de muy poco, la verdad. Parafraseando a AMLO, hay mucho Presidente para tan poco gabinete.

Pero volvamos a donde estábamos. Al ITAM y a los sistemas Ibero y Tec han estado llegando comunicaciones de esos otros trabajadores esenciales que son los burócratas de mero arriba del Conacyt donde les informan que ya no pagarán los compromisos del SNI para los investigadores adscritos a esos institutos privados.

¿Ven? Háganme caso: para trabadores esenciales, los levantadedos que aprobaron la cancelación, sin modificar un ápice, de los fideicomisos solicitada por AMLO. Y también la titular del Conacyt, sí, la del 105 por ciento. Los científicos qué, esos qué, mugres clasemedieros con ínfulas aristocráticas. Ay sí, mi mérito, mi mérito. Nada. A la cola.

Para los científicos ni vacunas ni apoyos ni fideicomisos, nada de llamarles para ver qué pueden producir que ayude a paliar la pandemia. Nada. Es más, sí: menos lana y la consabida receta de agua y ajo.

No fueran coordinadores legislativos porque hasta el color del isopo que les meten cada semana les daban a escoger.

Qué afortunados somos de vivir estos tiempos en que constatamos que los trabajadores esenciales son nuestros políticos, quién más.

Eso sí, perdón a toda la clase política por llamarles trabajadores, ya sabemos que hasta urticaria debe producirles el término, la comparación y lo que implica.

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