Hoy comienza a circular en formato digital Nueve disparos, libro de Javier Garza sobre el asesinato de una maestra en Torreón a manos de un pequeño alumno. Redacto lo siguiente a manera de prólogo del libro de Penguin.
En los noventa si le preguntabas al periodista lagunero Javier Garza qué había hecho el fin de semana, la respuesta era siempre la misma. "El sábado salí con unos amigos y el domingo leí un libro".
Aquel aprendiz de reportero alternaba sus estudios de comunicación en la Ibero con su práctica en Reforma, del que saltó para irse a una corresponsalía en Washington.
De eso hace 16 años. Javier se volvió uno de los corresponsales preferidos de José Gutiérrez Vivó. No había misterio en la predilección del monstruo de la radio por el joven periodista: el primero siempre disfrutó la charla al aire con gente inteligente, y el segundo además de ser esto último estaba en su ambiente: le encanta EU, su historia y su política.
Así fueron los pinitos periodísticos de Javier, que renunció al relumbrón de una corresponsalía para irse de nuevo a la escuela, en Texas.
Luego de su paso por Washington y una maestría en Austin, Javier podía haber elegido cualquier destino del mundo. No exagero: ha hecho viajes en solitario por Asia central en países de esos que ahora existen y dentro de diez años ya se llaman de otro modo.
Pero en vez de tocar las puertas de grandes emporios mediáticos con un CV que le hubiera facilitado el aterrizaje en cualquiera de las pista más codiciadas, Garza hizo un giro que pocos de los surgidos de la llamada provincia nos atrevemos. Regresó al mismo lugar y con la misma gente, para citar a Juanga. Torreón, su tierra natal, le vio consolidarse como el juicioso editor de su diario más señero.
La vida, ya se sabe, es caprichosa a la hora de tirar las cartas. Lo que parecía una decisión cuasibucólica, irse a dirigir un diario de provincias en vez de ser corresponsal de grandes sucesos globales, terminó en una prueba de temple.
Una cadena de malos gobernantes puso a Coahuila en la antelasala del infierno. Esa tierra era arrasada por Zetas y Chapos, y en medio de esa guerra, Garza fue al mismo tiempo una voz firme para reclamar a las autoridades locales y nacionales que actuaran, como un capitán de una redacción que tenía el desafío de no claudicar en el deber de informar a su comunidad sin prestarse al perverso juego de los bandos criminales y sus propagandas de terror. Y sin poner en riesgo a sus periodistas. Apenas si se puede exagerar lo que Javier creció, y encaneció, en esos años donde El Siglo de Torreón, el diario que dirigía, sufrió granadazos, ráfagas de metralleta, amenazas directas y veladas, y secuestros momentáneos de algunos de sus reporteros.
Ya fuera del periódico que dirigió por años, Javier hoy sigue en la crónica de los horrores que aún no hemos terminado de dimensionar sobre el incendio delincuencial que arrasó familias y pueblos enteros de esa región del norte de México.
Javier, que desconfía de los sicólogos, se ha convertido en una especie de explicador de oscuras motivaciones de conductas que laceran a nuestro país.
En un país acostumbrado a premiar el centralismo, él encabeza una férrea defensa de lo local, de México en tanto una suma de regiones; del derecho de cada mujer y hombre a vivir en paz y en armonía en la tierra de sus ancestros sin dejar de ser cosmopolita.
Nada más sabroso que una plática con Javier y su acento irrenunciablemente norteño. Charla en que deslumbra con sus conocimientos lo mismo de la revolución de 1910, de aeronáutica o de ganadores del Oscar.
Parte de las atrocidades del mundo actual lastimaron en enero a Coahuila, cuando un chico de 11 años mató a su maestra e hirió a varios compañeros antes de quitarse la vida.
Tan triste suceso destapó una histeria que durante días construyó piras en las que quisieron quemar, con ayuda de autoridades obtusas y oportunistas, a culpables a modo de una tragedia que no admite, como bien nos enseñó Javier en la cobertura periodística en tiempo real de ese asesinato, lecturas simplistas.
Desde su atalaya mesurada, rezumando lo mejor de su método –darse tiempo para estar con su familia y sus amigos, como de prepararse permanentemente–, Javier no sólo nos ayuda en su libro Nueve disparos a tratar de entender una más de las caras de la violencia en nuestro país. Sino que, inadvertidamente, nos recuerda que cuando la pandemia se vaya, habrá que exigir cuentas de lo mal que lo hicieron los gobiernos en esta, y en tantas tragedias por resolver que tenemos pendientes.