Hoy Morena no es un partido convencional. Quien sabe si en el futuro lo sea, pero en este lustro no lo ha sido y en lo inmediato no cabe esperar que lo sea.
La primera naturaleza de Movimiento Regeneración Nacional fue la de reducto. Después de las dos derrotas electorales de 2006 y 2012, las coaliciones que postularon en esas fechas a Andrés Manuel más que galvanizarse en torno al candidato, mostraron diferencias y hasta resentimientos con éste –lo que no deja de ser paradójico, pues al final de cuentas AMLO quedó en ambas en segundo lugar, lo que se tradujo en ganancias de representación y fondeo para los partidos integrantes de esas alianzas. Así, López Obrador creó Morena para agrupar a los más fieles e incondicionales, librándose de los perredistas, y de Dante Delgado, que le recelaban su tendencia a concentrar las decisiones y a no tolerar disensos.
Las elecciones de 2015 denotaron la fortaleza de Andrés. La decadencia corrupta del peñismo fue capitalizada por quien enarbolaba el discurso de la honestidad. Morena obtuvo entonces una cantidad no despreciable de diputaciones en plazas clave como Ciudad de México. Acto seguido, aunque perdiera en 2017 el Edomex, al régimen priista le quedó claro que el ímpetu de AMLO era imparable, y éste volvió marginal al PRD en una entidad que es vista como el laboratorio de lo que ocurrirá en las elecciones presidenciales.
Con apenas dos años en el gobierno federal, Morena ha experimentado situaciones que si la realidad del país no fuera tan demandante, serían motivo de franca perplejidad y amplia difusión. Quien era dirigente nacional cuando ese partido arrasó en las elecciones tiene hoy denuncias ante la autoridad judicial por millonarios desfalcos de las finanzas partidistas. No fueron opositores resentidos quienes demandaron a esa dirigente, si no sus propios compañeros de armas. Y aun con tan serias acusaciones encima, esa dirigente fue, hasta el viernes, candidata a la renovación de presidencia nacional. Así se llevan en Morena.
En otro hecho notable, en los últimos meses hemos atestiguado que los de Morena parecen haberse traído del PRD la incapacidad para organizar relevos de dirigencia que no amenacen con volverse sismáticos.
Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado se enfrentarán a una segunda vuelta luego de que salieran empatados en las encuestas para definir al nuevo presidente de Morena. La acritud con la que el primero ha hablado de Marcelo Ebrard, el jefe político del segundo, acusándolo a él y los suyos de derechistas y hasta corruptos, muestra no una saludable pluralidad al interior del movimiento, sino un encono de pronóstico reservado.
Por su parte, Delgado ha hecho una gira electoral propia de la época dorada del priismo. Es un candidato oficial de un grupo que es visto con recelo por los fundamentalistas de Morena, por esos de la primera ola, por aquellos que no tuvieron un pie en el PRD y coqueteos con Andrés mientras se aclaraban las cosas. Los más leales, los que más sufrieron en las horas oscuras, contra los que se tardaron en sumarse, tranquilos como estaban con posiciones de poder o en el extranjero.
Por si hace falta decirlo, Porfirio representa a los más fundamentalistas, pero no es necesariamente uno de ellos. Porfirio es del partido de Porfirio, como desde siempre. Y ha hecho mucho bien a la discusión nacional al fijar en estos dos años, desde su curul morenista, posiciones ortodoxas que ponen en entredicho el muy elástico pragmatismo de Andrés Manuel, pero para nada es un Moisés que rescatará al pueblo elegido.
Porque Mario o Porfirio sí podrán lograr, como líderes, que en Morena se carguen algunos dados hacia tal o cual rumbo al definir varias candidaturas, pero el partido es de Andrés Manuel, y no es creíble que el presidente de la República se desentenderá del mismo.
Morena es una organización surgida desde y para un caudillo. Dicho eso sin ánimo peyorativo. Es la organización ideada para que se cumplan los designios del dedito del inquilino de Palacio Nacional. Y mientras sean tiempos de 'transformación', el partido será un apéndice de ese terremoto, no un espacio para discutir o dirimir visiones alternativas, filosofías o rutas de acción.
Así que es entretenido ver la pugna entre Muñoz Ledo y Delgado. Nos habla de una organización inmadura, como no podría ser de otra manera, con riesgo de heridas, pero no de real ruptura. Porque ninguno de ellos decidirá el futuro. Eso corresponderá al jefe máximo, que no necesariamente anda en la creación de un partido donde los grupos se repartan con más o menos orden el poder. ¡Qué va! Es más probable que estemos ante el inicio del 'maximato', y ya veremos quién le ofrece a AMLO la mejor garantía en ese sentido.