Andrés Manuel López Obrador repite a menudo que ni él ni su gobierno censuran a los medios, y que en todo caso prefiere que sea la prensa la que ajuste a la prensa.
"Yo siento que no debe de haber nada que regule el ejercicio de periodismo y de la comunicación", dijo, por ejemplo, el 29 de abril de 2020 en la mañanera. "Soy partidario de lo que decían los liberales: 'La prensa se regula con la prensa', y ahora tenemos la ventaja de contar con las redes sociales".
¿Ha cumplido el Presidente su promesa de no regular el periodismo, de no censurar, de dejar que sea la propia prensa la que al debatir encuentre el cauce adecuado?
Para contestar esa interrogante es necesario antes despejar el tema de las mañaneras. Desde la transición, el Presidente advirtió que haría uso de lo que él llama su derecho de réplica. Adelantó que no dejaría de responder lo que se dijera sobre él o su gobierno. Y lo hace sobre todo en esas sesiones diarias a las que presume como un novedoso ejercicio de comunicación 'circular'.
En términos generales, las mañaneras son largas peroratas presidenciales con patiños cada vez más histriónicos. Se hacen llamar conferencias de prensa pero, salvo excepciones, no son tal cosa: los periodistas profesionales escasean y el peso de éstos en las sesiones es marginal. Y el mandatario usa ese foro para todo tipo de anuncios, para propaganda, para la promoción de su movimiento, la denostación de opositores e incluso para insultar y burlarse de medios y periodistas.
Ahí empieza a resquebrajarse la promesa del Presidente de que la prensa sea la que regule a la prensa. Porque con estos nuevos liberales (es un decir) parte de 'la prensa' recibe ayuda del régimen.
No es en principio negativo que las mañaneras se transmitan por canales del Estado. Es medio bananero eso de que si habla el Presidente hay que ponerlo al aire, pero el verdadero problema no está ahí, sino en lo que López Obrador ha convertido las mañaneras: en un espacio no del Presidente de todos los mexicanos, sino en el foro para tratar de imponer a todo el país un movimiento político, intento en el que –ya lo dije arriba– no se titubea al estigmatizar (sin derecho de réplica) a los medios críticos. Entonces, más que prensa regulando a prensa tenemos a un Presidente capturando instancias públicas para contrarrestar información independiente.
Además, el Presidente cree que la prensa le ataca muchísimo, demasiado. Por eso quizá ahora venimos a descubrir que su gobierno ha incorporado a la nómina de medios públicos como el Canal Once a partidarios suyos. La 'regulación' de la prensa se hace, entonces, pagando con recursos públicos a 'opinadores' morenistas. Y de criterios discrecionales a la hora de asignar publicidad oficial –un viejo reclamo de la izquierda desdeñado por esta administración de 'izquierda'– ni hablamos.
Atacar desde el poder a la prensa (que incluye financiar o dar plazas gubernamentales en diversas dependencias a opinadores morenistas con nula experiencia en labores burocráticas) no tiene nada que ver con ideales liberales. Eso es priismo, y del más rupestre de cuantos conocimos.
El régimen que presume que no llama a directivos de medios para quejarse de las críticas, financia, en cambio, a incondicionales para que festejen mediáticamente las carcajadas del Presidente o para que atajen a sus críticos. Tampoco eso cumplió AMLO. Mediante plazas o dinero público, trata de manipular los debates en la prensa y las redes sociales. No le basta el poder, quiere también la prensa. Igualito que Peña.