El viernes próximo, Andrés Manuel López Obrador tiene programado volar a Puerto Vallarta. En principio, no pisará tierras jaliscienses, sino que apenas aterrice se trasladaría a Bahía de Banderas, Nayarit, la zona que, como siempre digo, tiene las playas más bonitas de Jalisco.
Sí, cuando ya se ha declarado en México la fase dos de la pandemia, y hasta el momento de escribir estas líneas, no se ha anunciado que el Presidente de la República vaya a interrumpir su costumbre semanal de dedicar viernes por la tarde, sábado y domingo a recorrer el país y rodearse de gente.
El lunes, el mismo mandatario detalló parte de su gira para este fin de semana. El sábado, dijo, estará en San Luis Río Colorado, Sonora, y luego en Mexicali, Baja California. "El domingo vamos a estar en Sinaloa, creo que en Navolato. Tengo que ir a Sinaloa porque por lo general antes de tres meses o en un periodo de tres meses tengo que recorrer, visitar todas las entidades federativas, y no he ido en los últimos tres meses a Sinaloa, he pasado porque fui a Durango, en Tamazula, fui a Tamazula y pasé por Culiacán, pero fue de paso, y ahora vamos a estar en Sinaloa".
Desde siempre, las giras del presidente López Obrador dan mucho de qué hablar. Quizá ya tenga el síndrome que desarrollaron otros mandatarios, que no ocultaban que se sentían mejor con los baños de pueblo que en los rigores de las formalidades de Los Pinos (en el pasado).
Además, AMLO siempre da nota el fin de semana. Arenga a sus seguidores, atestigua impávido (¿o habrá que decir divertido?) protestas contra sus anfitriones, los mandatarios locales y, sobre todo –ya en plan de chamba ejecutiva– revisa avances de los programas sociales. En los mítines, muchas veces se va de lengua, provocando alud de críticas o simpatías por igual en las redes sociales y la prensa. ¿Genio y figura hasta en la cuarentena?
Porque todo lo anterior no sería sino un rasgo más de eso que llaman el estilo personal de gobernar de Andrés Manuel, si no fuera porque desde hace dos semanas el país discute, con o más o menos vehemencia, si no es tiempo de que el presidente López Obrador se ponga serio, en público, con respecto a la amenaza que representa el Covid-19.
Anoche, Hugo López-Gatell destacaba que México, según él, va bien porque no sólo empezó desde enero a monitorear el coronavirus, sino porque desde hace dos semanas pasó a la ofensiva en el terreno de medidas de contención.
Justo en ese periodo, López Obrador ha sido el principal, por no decir el único político de alta visibilidad, que desdeña, contradice o de plano desprecia las recomendaciones que su propio gobierno promueve.
Para el Presidente, hasta ayer no existía la sana distancia. Se pasó quince días cerca de cuanta persona se topaba, dejándose abrazar en mítines, besando a simpatizantes, estrechando la mano de quienes le pedían recibir un documento o simplemente poniéndose junto a quienes querían tomarse una fotografía con él. Y, por supuesto, yendo del tingo al tango a contrapelo de la recomendación de guardarse.
Esta semana las cosas han comenzado a cambiar. La jefa de Gobierno de la capital ya pide que nos retiremos de los espacios públicos y anoche, con todas sus letras, López-Gatell parecía que, en la conferencia nocturna, se dirigía a su jefe, el socavador principal de su discurso.
"Quédese en casa, quédese en casa lo más posible", decía el subsecretario viendo a la cámara. "Posponga los eventos públicos", insistía. "Cancele los eventos si es usted el que los prepara (…) al menos por un mes. Y todos nos vamos a beneficiar", sentenció el doctor que más han visto los mexicanos este año.
A saber si le hará caso López Obrador al subalterno en quien ha depositado la ventura de los mexicanos en la crisis de salubridad que está tocando las puertas de las zonas metropolitanas del país. Pero, por lo pronto, desde Sonora ya le mandan decir a AMLO que no vaya, que gracias, pero que les parece irresponsable de su parte insistir en la visita de este fin de semana.
Ya veremos qué decide el Presidente de la República. Si seguir su modelo de becho y apapacho, o ponerse serio frente a una amenaza que ya es realidad y que tiene al país con el Jesús en la boca.