Como muchas de las cartas que reciben, esta misiva puede resultar extemporánea. Pero el intento se hace. Antes que nada, cuídenseme mucho, pues de allá de donde ustedes vienen –y a donde supongo que volverán– el polvorín nunca ha estado más caldeado gracias al déspota naranja. Pero en fin, queridos tres Reyes Magos, quiero pedirles sendos presentes para los mexicanos.
Ustedes han de estar enterados de que luego de mucho batallar, en 2018 se le hizo por fin llegar al poder a quien había denunciado una serie de tropelías del modelo que durante tres décadas se aplicó en México. Para él y los suyos, para los que ganaron, no quiero pedir nada, al fin tienen ya lo que con ahínco buscaron, así que ellos –se hayan portado bien o mal– hoy sienten que nada les hace falta, ni metálico ni simbólico. Para qué malgastar en quienes no agradecen ni el saludo.
Los tres regalos (cálmate Los Dandys) que quisiera que amanecieran hoy en los zapatos de les mexicanes son idealismo, fortaleza y generosidad. ¿Suena a poco? Es un chin..., perdón, que apenas va comenzando el año: no, es un chorro, por eso espero que ustedes puedan hacer el milagro.
Ocurre que ya perdimos más de un año en una cosa histérica y estéril y, sin idealismo, mucho me temo que perderemos tiempo irremediablemente.
Ganó la Presidencia de la República Andrés Manuel López Obrador y hay algunos que nomás no lo superan. Esos creen que lo único que resta es clamar por la leche derramada. El problema es que esos muchos, antes de que ganara el Peje, consideraban que en México la leche era de la mejor calidad, que les llegaba a todos por igual y que viviríamos felices para siempre. Ellos, los que no lo superan, vivían con otros datos.
Ahora que está de moda descalificar lo que el Presidente dice habría que partir de un hecho: AMLO ganó porque la población sí tenía otros datos, contrastantes al indolente cinismo PRIISTAPANISTAPERREDISTA que se instaló durante décadas en gubernaturas estatales y en Los Pinos.
Por ello, hoy necesitamos idealismo tanto para combatir el fatalismo de quienes creen que ya todo se ha perdido sin remedio, como para resistir a los que se creen –estos de Morena como antes los de los otros partidos– infalibles y omnipotentes. Idealismo para no ser ni derrotistas ni cínicos a la hora de imaginar un futuro diferente al pasado (mediocre y desigual) y al exasperante presente (confuso y prepotente –hola Rocío, desde la Tapo, la T1, la T2 y etcétera, la porra te saluda).
La fortaleza que se requiere, querido trío, no es resignación guadalupana ni una raya más al tigre del supuesto temple de los mexicanos, forjado en tanta desgraciada adversidad, natural y política. No. Se requiere que nos echen la mano para que tratemos de sostener el idealismo. A ratos, la pura verdad, como que los de Morena si nos logran marear, pero con un poco de ayuda podremos insistir en que así como vimos a los priistas y panistas, veremos a estos de hoy quedarse cortos en coyunturas en las que se requiere mucho más que de un partido, o de un sector o de una ideología para sacar al buey –y al camello, y de mover al elefante ni hablamos– de la barranca en que a cada rato lo metemos.
Finalmente, entrañables barbones, déjennos un poco de generosidad para tratar de entender al otro, de aceptar que el turno de los lopezobradoristas no sólo es legítimo sino que era necesario otro modelo, y que si tratamos de entender por qué lo de antes no jalaba, lo de ahora podríamos eventualmente corregirlo y encontrar una salida verdadera.
Soñar, decía Chava Flores, no cuesta nada. Así sea soñar con regalos de ustedes, Reyes Magos. Feliz 2020.