Rico McPato nadaba en oro. Era avaro, es más, era tacaño, y le privaba la posibilidad de perder dinero.
McPeje no nada en oro. Pero quiere que todo lo que hay en las arcas dependa de él y sólo de él. Pretende escatimar excesivamente en el gasto, o sea que también es, según la definición de la RAE, tacaño; paradójicamente, perder millones de dólares en pagos por aviones que no usa o aeropuertos que no construye no le priva en lo absoluto.
Estos dos personajes ficticios se parecen, pero no son iguales.
A Rico McPato le quieren robar los chicos malos, y pierde el sueño de pensar que incluso sus parientes pretendan aprovecharse de su riqueza.
McPeje también está convencido de que hay gente que le quiere birlar presupuesto (algunos ricos, y sobre todo los de otros partidos), e igualmente recela del hecho de que alguien más tenga derecho a las arcas de fideicomisos, por ejemplo, así que mandó cambiar la ley para que él y sólo él pueda decidir en qué se gasta cada quinto. Nada que los científicos o los artistas usen dinero sin su consentimiento. Nada. Toda la plata hay que pedírsela a él.
Rico McPato era aburridón; todo su diálogo era en torno al dinero. Soso como Trump, aunque no tan vulgar como nuestro Donald que ni impuestos paga. McPeje también repite demasiado su guion: jura a todos que la patria en cada moreno a un austero nos dio. ¿Será?
A Rico McPato le gustaba vivir y vestir bien, pero no gastar. McPeje habla mucho de austeridad, pero sus secretarios tienen camionetas, su palacio da millonarios contratos a personajes desconocidos para los eventos oficiales, y en sus proyectos faraónicos mete chorro de dinero sin que nadie que no sean ellos mismos atine a decir que producirán riqueza. ¿Quién de los dos, entre Rico McPato y McPeje, será más juicioso, entonces, en el uso del dinero?
Rico McPato era un personaje colateral, segundón. McPeje, no se vayan a equivocar, es todo menos eso. En su historieta no puede haber, ni remotamente, personajes que le compitan. Ni de su equipo, ni mucho menos antagonistas.
Para que me entiendan: si a alguien de los suyos le ordena entregarle un cheque de dos mil millones de pesos que la normatividad impide dar, lo dará, así presuma de ser independiente. Acata, punto. O si a los diputados les manda no consultar a los electores sino a él, entonces los chicos malos, perdón, los chicos morenos cambiarán en un tris la ley de los dineros.
Porque a McPeje, eso sí, le gusta dar dinero. No le gusta enseñar a otros a pescar, como dicen los Juan Salvador Gaviotas del mundo. Nada.
Le gusta dar dinero para que se lo deban a él, que juega a papá gobierno. Es curioso que él, que no tiene dinero, dé, mientras que Rico McPato, primero muerto que dadivoso. ¿Será que éste no quería dar un dinero que igual y le había costado acumular (sí, sí, con los abusos del sistema capitalista, etcétera, pero dinero de McPato al fin y al cabo), mientras que McPeje reparte a contentillo lo que no es suyo sino de los contribuyentes, de los estados, de organismos públicos y de otros poderes incluso?
Rico McPato fue una caricatura que vio sus mejores tiempos hace décadas. Era otro mundo. McPeje también viene de otros ayeres. Al final estos personajes ficticios se parecen, pero no son iguales. Rico McPato no podría quebrar una nación, ni a Patolandia, pues. McPeje igual y sí, y no una de cuentito barato.