La Feria

Rosario: hay de caídas a caídas

Rosario Robles tenía una relación personal con el expresidente Peña, una alianza con Osorio, una interlocución directa con Videgaray.

Hay de caídas a caídas. La decisión, anunciada ayer, de Rosario Robles de colaborar con la Fiscalía General de la República para obtener beneficios marca un punto sin retorno en la posibilidad de llevar a juicio a Enrique Peña Nieto y a sus dos alfiles, Luis Videgaray y Miguel Osorio Chong, por millonarios desvíos de presupuesto público que terminó en elecciones y en campañas de promoción personalizada.

El paso dado por Rosario es distinto al de Emilio Lozoya e incluso al de Emilio Zebadúa. Lozoya fue separado de la familia presidencial al mediar el sexenio y nunca más recuperó los favores de Peña, y su enemistad con Videgaray era inocultable. Zebadúa era pieza auxiliar, indispensable en la operación pero instrumental a pesar de su propio ego y de los desvíos que pudo hacer para sí mismo. En cambio, Robles tenía una relación personal con el expresidente, una alianza con Osorio, una interlocución directa con Luis.

Robles fue tan cercana a Peña Nieto que en su momento recibió encargos cruciales, como supervisar la operación del gabinete que pretendía facilitar el triunfo priista en la elección de 2017 en el Edomex, el estado cuna del presidente y de su grupo. Cumplió, como siempre. Y a pesar de ello, una vez en desgracia Robles resintió el abandono al que la sometieron Peña y Osorio desde que cayó en prisión hace cosa de quince meses.

Rosario Robles desoyó consejos que le advertían que no se presentara en el juzgado en agosto del año pasado. En parte acudió a la audiencia donde terminaría siendo detenida porque, argumentaba la exsecretaria, no tenía nada que temer. Pero también, señalan sus cercanos, Rosario planteaba una razón práctica: tan no tenía el dinero que algunos le atribuían que ni siquiera se planteaba la posibilidad de fugarse, de exiliarse o algo parecido, pues no podría sufragar esa huida.

Esa segunda condición pareció confirmarse a las pocas semanas de su reclusión, cuando se supo de las fatigas que estaban pasando en su entorno para lidiar con los gastos de una defensa como la que de pronto tuvo que articular. No tenían dinero ni para pagar las voluminosas copias de los expedientes. La noticia de que por esas carencias monetarias se quedaba sin el primer bufete de abogados que la iba a representar no tardó mucho en conocerse.

El trasfondo de esa carencia de recursos fue, claro está, que en esa hora oscura nunca recibió de sus excompañeros de gabinete apoyo que no fuera un "dile que le eche ganas".

Carlos Puig ha escrito en más de una ocasión de lo atronador que es el silencio del peñismo, que se resquebraja con cada causa judicial sin que nadie de los otrora poderosos hombres del gabinete intente la más mínima defensa en público de un proyecto que iba –decían– a mover a México.

Tan poderosos como lucieron todo un sexenio, tan felices y tranquilos que se veían en la boda de la hija de Juan Collado, tan a salvo que se creían en esos reductos llamados Estado de México e Hidalgo, y de repente la suerte ha cambiado.

Si Rosario habla, ¿confirmará lo dicho por Zebadúa? ¿Que el dinero, cientos de millones de pesos que eran para los pobres, fue desviado a elecciones y a promoción personal del Peña Nieto y Osorio?

Si Rosario habla, ¿cuánto durará Alfredo del Mazo en su puesto, cuánto tardará en ser llamado a cuentas por la 'estafa maestra' en Banobras, cuando él presidía ese banco, cuánto en que deba declarar por los millones que habrían caído desde el gobierno federal para su campaña en el Edomex? Y como Del Mazo una decena más de altos funcionarios peñistas.

Rosario, que tuvo por Peña la devoción de la conversa, parece dispuesta a convertirse en el factor para que el peñismo sea sacudido desde su piedra angular. Hay de caídas a caídas, ésta promete llevarse consigo al sexenio anterior completito.

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