En junio de 1995, Carlos Castillo Peraza, presidente de Acción Nacional, visitó Cuba, donde se reunió con el entonces presidente de aquella nación, Fidel Castro.
Semanas después, en un texto publicado en Nexos, Castillo Peraza haría la crónica de su viaje:
"La integridad del vuelo de cualquier transformación social profunda se mide en la vida cotidiana de las personas concretas. México y Cuba, a mi juicio, llevan demasiados años hablando de cambio y cuentan con demasiados pobres. El hostigamiento norteamericano es insuficiente para explicar las cosas (…) los errores propios también cuentan".
Lo que no dijo en ese texto el entonces panista, fallecido pocos años después, fue que en la antesala para ver a Castro conversó largo rato con Osmany Cienfuegos, para entonces ministro de Turismo y uno de los combatientes históricos de la Revolución cubana junto con su famoso hermano Camilo.
Según contaría tiempo después Castillo Peraza a sus allegados, en esa charla previa a ver al comandante, Osmany reconoció que en parte de las crisis que azotaron la economía del pueblo cubano se debían a que en algún momento de la revolución sus dirigentes tiraron "la aritmética al mar".
El lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador dirigió un mensaje desde el Zócalo para festejar el aniversario de su triunfo electoral.
Es incorrecto afirmar que un año después en México se vive una transformación histórica. Ese término le queda grande a una serie de decisiones de las cuales no se puede, aún, predecir su desenlace. Para bien y para mal.
El presidente dio cuenta el lunes de medidas que ha emprendido su administración. Y reportó números sueltos sobre índices de desempeño que no configuran sino una gelatina que está por cuajar y de la cual es aventurado adivinar si el producto mediato será algo armónico o un adefesio.
Pero se debe reconocer que lo enumerado por el presidente no fue una crónica de un desastre revestido de gesta, ni una retahíla de mentiras ofensivas. Y hasta hubo reconocimiento de insuficiencias en economía, salud y seguridad.
Como cualquier otro político, por más que le choque ser presentado como uno más de tantos que hemos tenido en el poder, el lunes López Obrador manipuló un poco la verdad y disfrazó un poco las mentiras. E hizo comparecer, como tantos otros en el pasado, a demasiados acarreados para que festejaran con él.
Vivimos de la inercia que traíamos desde antes del 1 de julio de 2018, y eso favorece, aunque le enoje, al presidente.
La inercia, sin embargo, no durará mucho más. Decisiones tomadas por este gobierno han provocado que ladinos empresarios detengan el impulso de las inversiones, lo que enfriará la economía. Pero, es cierto, fue antes que nada la tozudez del Ejecutivo la que abonó el terreno de la incertidumbre de la que nacen las tormentas.
Tozudez entendida como una agenda refractaria a puntos de vista externos e internos y alérgica a negociaciones.
Tenemos las variables de la deuda, el déficit y la inflación en un horizonte estable por ahora.
Sin embargo, la obsesión petrolera, la obsecuencia con colaboradores obtusos y la soberbia que impide escuchar a los discrepantes podrían alterar las variables macro y alimentar la tentación de, como los cubanos en su momento, negar la realidad.
Bien lo decía Castillo Peraza en aquel ameno texto sobre su visita cubana, titulado 'Orula regresó a su casa': "El desastre del PRI, en México, es hijo de la pretensión de monopolizar políticamente, partidistamente, las ideas de nación, de patria, de Revolución, de Estado, de historia". Y de la propensión de tirar la aritmética al mar, agregaría yo pensando en Morena.