En menos de once meses en el poder, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha demostrado, como hacía mucho no se veía en el país, vocación y capacidad para reconfigurar el cuarto de mando de México.
Su discurso beligerante y maniobras no del todo asépticas han provocado renuncias inopinadas en directivas tan distintas como la del Banco de México y de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, en los inicios de la administración, y de un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del líder del sindicato petrolero en octubre.
Los cambios ocurridos en altas instancias del poder en lo que va del primer año del sexenio de López Obrador apenas si se pueden digerir, en parte porque el propio mandatario 'mata su nota' con tanta hiperactividad.
Desde los jaloneos en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en donde su presidenta renunció en enero al liderazgo de esa instancia, hasta los trascendidos sobre las razones de Medina Mora para ser el primer ministro en renunciar a la Corte, el año ha significado la recomposición de los mecanismos del poder.
Un día de julio dos hombres-símbolo de la élite que ha mandado por décadas comían en un restaurante de Las Lomas, y tres meses después uno de ellos, otrora influyente abogado, está en la cárcel, mientras que el otro dimite del gremio que encabezó, y manipuló, durante 26 años.
Y sólo por no dejar de mencionarlo: esos movimientos ocurren al tiempo que una importante exsecretaria de Estado es enviada a prisión y no pocos empresarios son acusados en las mañaneras por colaboradores de AMLO de supuestas irregularidades.
El talento, y el talante, de López Obrador para hacerse de todo el poder ha quedado, pues, demostrado.
Por hoy, dejemos de lado los repliegues, estratégicos o simplemente medrosos y convenencieros, de aquellos que permitieron al Presidente no enfrentar mayores costos en la opinión pública por su voracidad y, hay que decirlo, desaseo en la captura de instituciones.
Andrés Manuel ha capturado buena parte de los órganos autónomos y ya no tiene mayor resistencia en el Poder Judicial Federal.
Con eso en la mesa, el Presidente descubrirá de a poco y no sin trauma (lo ocurrido en Culiacán es, entre otras muchas cosas, parte de ese descubrimiento) que no basta con tener en la mano todas las palancas del sistema. Que las fallas operacionales están ahí, independientemente de quién gobierne.
En otras palabras, espectacular como resulte haber desbancado a Romero Deschamps o encarcelado a Juan Collado, tal poder, sin embargo, no sirve para demostrar que el Estado es funcional. Ni la economía se ha reactivado, ni la seguridad mejora.
Si todo lo que López Obrador pretendía era un ajuste de cuentas con el pasado, con ese que por cierto también es suyo, pues ahí la lleva: ha descabezado y cooptado como en los mejores tiempos del PRI.
Si lo que pretendía, ya en la silla presidencial, era instalar lo más pronto posible una nueva maquinaria de poder, que no necesariamente de gobierno, no está lejos de su objetivo.
Pero si lo que buscaba es también mejorar los índices del bienestar poblacional o generar una nueva realidad social, eso no sólo no se ve cerca, sino que muchos de los pasos que ha dado parecen evidenciar que para eso el tabasqueño no es nada bueno: escasez de gasolina y medicinas, mala prevención del dengue, parálisis del gasto, etcétera.
Ha sido un año de recambio de los engranes del poder en México. Falta ver si eso traerá buenos resultados.