Es harto ociosa la pregunta de si va a renunciar Arturo Herrera o no a la Secretaría de Hacienda. Porque la respuesta ya la sabemos. Y ésta no depende de ese buen funcionario que ha resultado el hidalguense. No. El acertijo se resuelve en la historia, y en un solo lugar: la mente del Presidente de la República.
Dicho de otro modo y para no darle vueltas: Arturo Herrera se irá como se fueron Carlos Urzúa y Gerardo Esquivel. Es decir, cuando Andrés Manuel López Obrador lo deje sin margen de maniobra. En ese momento, que parece muy cercano si me preguntan a mí, pero que tampoco debería ser irreductible, Herrera seguirá los pasos de sus amigos Urzúa y Esquivel, y nosotros estaremos a merced de un escenario gris, muy gris. El de la confirmación de que AMLO cree que no necesita ayuda profesional para manejar las finanzas de un país complejo y emproblemado como es el nuestro, y peor: en medio de una crisis mundial.
Pero para argumentar la ociosa respuesta, vayamos primero a la historia que, como ya se ha dicho, suele ser circular. Desde ese plano, por lo visto en las últimas semanas parece que Andrés Manuel cumplirá su autoimpuesto destino manifiesto de no salirse del guion, aun a costa de hacerle daño a su administración y de poner en innecesario riesgo al país.
Los tres colaboradores económicos del Presidente antes mencionados surgieron de la misma mata: el Colegio de México, donde el hoy secretario y el hoy vicegobernador del Banco Central, fueron alumnos del hoy profesor del Tec de Monterrey y duro –pero no necesariamente desencaminado– crítico de AMLO en las páginas de El Universal.
Los tres le habían ayudado en el pasado. De alguna manera, también los tres, Arturo el que menos, se habían alejado del hoy Presidente. Pero los tres dejaron la comodidad de buenos puestos y cero necesidad de riesgos en las que estaban en sus anteriores chambas –la academia y el Banco Mundial– para ayudarle a López Obrador en 2018. Y dos de ellos, por si hiciera falta decirlo, le renunciaron a Andrés Manuel a los pocos meses, cansados de topar con pared, de que el Presidente les desechara sin más las opciones realistas que le daban para llevar a cabo sus proyectos, hartos de la hosquedad, sí, pero sobre todo de que el mandatario prefiriera guiarse por quién sabe qué intuición y varias sirenas, que por los números y la realidad.
López Obrador prefirió a Gabriel García, que no da resultados óptimos en política social –ni en el censo del bienestar, vaya– que a Gerardo Esquivel, por entonces candidato a subsecretario de Hacienda. Y prefirió a Bartlett antes que a Urzúa. ¿Estamos? ¿Entonces por qué insisten con la pregunta de que si Herrera se va o se queda?
Si la mente del Presidente no cambia, si persiste en creerse más que aquellos que en su momento lo siguieron para asesorarlo –y el muy rabón plan para cuidar la economía nacional (es un decir) presentado este domingo muestra que el tabasqueño no cambiará–, Arturo es el siguiente en la lista. Qué más da si son horas o semanas. Ese no es el quid.
Esquivel y Urzúa se fueron cuando ya no se sintieron útiles para ayudar a AMLO. Lo mismo pasará con el actual secretario.
La última cuerda está a punto de reventar. La forzó, sin necesidad, el único que la puede regresar a un nivel en donde la tensión sea la adecuada en medio de la tormenta. Pero el capitán, propenso a tachar de conservadores a los que le dicen que no se puede seguir sin arriar algunas velas, parece obstinado en arriesgar todo el barco por la obsesión de que sus críticos no le vean corregir el rumbo.
Con igual curso y actuar, el Presidente provocó que dos de sus mejores marinos se tiraran por la borda antes de seguirlo rumbo al iceberg que emproblemará, antes que a nadie, remember, a los pasajeros de los más ínfimos camarotes.
AMLO está forzando a Herrera a subir a la tabla. Sería la tercera renuncia importante en Hacienda que el Presidente provocaría. Sería desprenderse del último economista con solvencia que le queda. Si logra que Herrera salte del barco, que alguien apague la luz, porque ya no habrá tiempo ni para conseguir salvavidas.