Ocurre hasta en terrazas donde 'no se puede fumar'. ¿Quién no lo ha visto? De la nada, una persona, joven o no tanto, saca de quién sabe dónde una cosa pequeña y, tras aspirar, echa humo. Vapea, pues. ¿Qué con eso? Que todas las veces que en nuestro país usted ha atestiguado eso ha presenciado un acto al que le rodean algunas prohibiciones.
Por decreto presidencial, el vapeo está proscrito en México. Pero así como menores de edad tienen vetado acceder a productos de tabaco, los mexicanos, con o sin 18 años cumplidos, acceden a cigarros y, por supuesto, a vapeadores.
Es buena cosa que el Congreso de la Unión discuta estos días qué hacer con el tabaco y qué hacer con el vapeo. Hay posturas que subrayan las posibilidades recaudatorias si se opta por más regulaciones antes que más prohibiciones. Y hay recordatorios de que una posición demasiado prohibicionista generará no sólo la pérdida de recursos para el Estado, sino que, como siempre, alentaría más el mercado negro, dificultaría el alejar a los adolescentes de esos productos y, por supuesto, incentivaría la posibilidad de productos aun más peligrosos por ser adulterados.
Voceros de la industria de estos productos estiman en 17 millones a los mexicanos fumadores y en 2 millones a los vapeadores. Si esta última actividad estuviera regulada, sostienen, podrían ir a las arcas del Estado hasta 2 mil millones de pesos al año en impuestos.
Ayer en San Lázaro avanzó una reforma a la ley de salud que deja en la ilegalidad al vapeo; y propone nuevas restricciones a la publicidad de cigarrillos y más espacios libres de humo.
En las negociaciones legislativas se ha hablado de prohibir los aditivos o los saborizantes. Con eso, creen en la industria, se mataría a los cigarrillos, pues prácticamente no existen, salvo los habanos, cigarrillos que no tengan, además de tabaco, otros productos y saborizantes.
Si los legisladores fueran por ahí el golpe también sería para los vapeadores. Parte de la mala imagen que tienen esos 'cigarrillos electrónicos' se debe a que por sus saborizantes se vuelven muy atractivos para los públicos jóvenes, y no tan jóvenes, sin advertir que, si bien no implican el daño asociado a la combustión del cigarrillo tradicional, la nicotina mantiene intacta su potencia adictiva.
La anterior columna que dediqué a este asunto fue criticada por algunas personas porque no demandaba la prohibición del tabaco. Como cualquier gente, tengo amigos que han pagado con enfermedad o muerte la adicción a la nicotina.
A mí lo que me interesa es señalar que los representantes de los mexicanos, como son sus diputados –no se rían–, deberían convocar a un debate amplio y serio sobre un tema con múltiples aristas –plis no una nueva simulación–. Que no se haga un proceso a la carrera porque a algunos ya les urge irse de campaña y quieren llevarse una medallita. Si se prohibiera toda venta de los productos tradicionales o novedosos de tabaco, se seguiría fumando, sólo que con otros problemas. Opino.
Porque el vapeo es ejemplo de nuestra simulación. Desde febrero de 2020 está prohibido, pero –basta con mirar alrededor– goza de cabal salud: se vende y se consigue como si fuera un chicle. Ojalá los legisladores quieran de verdad buscar una fórmula que aleje esos productos de los más jóvenes, que los regulen firme pero estratégicamente, que saquen de la industria tanto dinero como pueda para el sistema de salud y que se tenga en cuenta la libertad de la gente adulta a informarse y decidir si fuma (vapea), o no.
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