Salvador Nava Gomar

¿Cinco sentidos?

El jefe de Estado debe prestar igual importancia a todo el entorno nacional y no acomodarse en su hábitat de confort.

Andrés Manuel López Obrador está alerta para ciertos temas, pero no para otros. Reacciona con entusiasmo a lo que es de su interés, y con enojo, desgana y evasivas a los que lo confrontan.

Parece que sus sentidos no reaccionan igual a distintos estímulos. El problema es que el jefe de Estado debe prestar igual importancia a todo el entorno nacional y no acomodarse en su hábitat de confort, en el que tan bien se mueve. Debe activar con la misma intensidad y profundidad su sistema sensorial para procesar la información que percibe con los sentidos, hasta ahora condicionados a sus preferencias.

Parece que los receptores que componen el sistema sensorial del presidente no están abiertos con la misma amplitud a los sucesos que percibe. Sus sistemas sensoriales (vista, oído, tacto, gusto y olfato) funcionan distinto: es hipersensible a los pobres, al discurso contra la corrupción y los corruptos, a la cuarta transformación, a las autorreferencias de su honestidad y autoridad moral; pero no a las cifras que lo confrontan, a la realidad de Pemex, o a los ahorros que dice generan la suspensión de programas corruptos, sin importar que deje sin servicios a una parte importante de la sociedad.

El campo receptivo de un ojo es la parte del mundo que este puede ver. Andrés Manuel va como caballo de carreras, con las tapaderas que sólo le permiten ver el tramo que tiene por delante. No escucha lo que se interpone; huele el contexto pero, al menos en público, sólo reacciona a lo que se acomoda a su visión. Del tacto mejor ni hablar. Suave con la señora de la fonda, despiadado con quien es señalado por su dedo. Brusco para criticar y majadero para confrontar, sin importar que sea un estadio lleno de fifís en el beisbol; y suave para sonreír cuando se le adula.

Cada estímulo tiene cuatro aspectos: tipo (modalidad), intensidad, localización, y duración. El presidente sólo es sensible al tipo de retos que coinciden con el discurso que lo acompaña. El tipo de estímulo que lo provoca es coincidente con su ideología y no importa que las bautice de otra forma: su conservadurismo religioso, por ejemplo, lo rebate con su afición y devoción por Juárez. La intensidad de sus sentidos se ve devuelta en el espejo que repite sus postulados. La localización de su sentir es enfocado a su agenda, no a la del país. Y la duración, vaya si es perenne. Nadie puede sentirse sorprendido por sus acciones. Si bien cae en contradicciones y da bandazos en algunos temas, lo cierto es que es consistente con el ideario que ha delineado desde hace 20 años.

Los receptores envían impulsos siguiendo patrones para informar la intensidad de un estímulo (por ejemplo, un sonido ruidoso); los del tabasqueño sólo se enfocan en su ideología y contagian a los suyos su percepción del mundo.

El presidente no ve y no oye la crítica pero huele bien la realidad electoral. A veces tiene tacto, a veces no. Dice que no hay ni asomo de recesión. No escucha a los financieros; no palpa el pulso de la fuga de capitales ni huele a los empresarios que, agazapados, frenaron proyectos por temor a la misma. Tampoco escucha las barbaridades de la senadora Jesusa Rodríguez sobre la comparación de las puercas y las mujeres o el clítoris y la mariguana; ni ve el conflicto de interés del senador Guadiana, que preside la Comisión de Energía y al mismo tiempo vende carbón a la CFE.

Otros temas sí pasan por sus ojos. El retraso de la construcción de la refinería en Dos Bocas para inyectar ese dinero a Pemex es una reacción positiva. Pero a la vez no ve el historial de corrupción de las transnacionales que invitará para que concursen por esa construcción millonaria.

Tiene superdesarrollados los sentidos para otras cosas. Por ejemplo, respecto de la transparencia ve cosas que no alcanzamos a ver muchos. El vidrio polarizado de sus cuentas es visto por él con claridad e incluso lo saborea.

Hablando del gusto, sabor amargo le generan los cuestionamientos incisivos o los datos duros que lo evidencian. Su tacto le permite sentir el calor de los suyos, pero lo blinda contra el frío por él llamado neoliberal.

Los sentidos de la población también están tergiversados: 64 por ciento cree que AMLO ha sido muy efectivo contra la corrupción cuando en realidad no hay nada significativo; lo mismo sucede con la delincuencia, hay mayor inseguridad pero mejor percepción.

Pareciera que el sistema nervioso central de la población mexicana tiene atrofia. Sus conexiones se parecen a la percepción del presidente; quien de Mussolini venera su nombre de pila, Benito, porque el padre del dictador lo bautizó así por el Benemérito.

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