Salvador Nava Gomar

El ombligo y el horizonte

Lo que mira el Presidente en la superficie es sumamente parcial e insuficiente, no dimensiona el resto de lo que sucede en su casa, vecindario, cuidad, país, continente o planeta.

La conducción de cualquier país es tan compleja que a la vez debe mirarse con microscopio y telescopio; proyectarse con calendario y agenda; presupuestarse desde la macroeconomía para ejecutar peso a peso; actuarse con reacción y perspectiva, y llevarse a cabo con acciones que a su vez se comuniquen al equipo de gobierno, se transmitan a los interlocutores mediatos e inmediatos y se hagan del conocimiento público como mecanismo de rendición de cuentas.

Finalmente el Estado es un ente multiorgánico, mientras que cada uno de sus órganos es policéntrico y radial: cada una de las pequeñas partes del encargo nacional conlleva un tramo de responsabilidad dirigido a un mismo objetivo: la evolución del país para el bien de sus habitantes.

Me parece que la visión del gobierno del presidente López Obrador se enfoca demasiado en el ombligo y con ello descuida la perspectiva del horizonte. Lo que mira en la superficie de su panza es sumamente parcial e insuficiente: es tal el deleite en el centro de su ser que no dimensiona el resto de lo que sucede en su cuerpo, en su casa, vecindario, cuidad, país, continente o planeta.

O ve las estrellas para hacer un poema trunco o voltea de nuevo hacia abajo para regodearse en lo que considera perfecto de las consignas acumuladas en su peregrinar. Olvida que la política es una película, no una fotografía, pero se autocomplace viendo el álbum familiar creyendo que desde ahí podrá salir un rayo de luz tan poderoso que lo llevará a las estrellas de sus sueños. La realidad le queda de lado y sin cuidado. Lo mismo en lo que dicen las calificadoras internacionales, las cifras de víctimas o la pérdida de eficacia que arrastran sus decisiones administrativas.

Sólo hace una semana hubo elecciones en las que su potencia ya no dibujó la estela de su influjo. La estructura del PAN en Tamaulipas, Aguascalientes y Durango fue una pared para la racha lopezobradorista. Claro, Morena ganó las dos gubernaturas en juego, pero hay muchos factores para explicarlas y no necesariamente creer que se trata de la voluntad popular que quiere desechar todo lo viejo a cambio de la tierra prometida por el tabasqueño.

Morena gobierna el 30 por ciento de las gubernaturas; el PRI sigue teniendo más entidades gobernadas y el PAN demostró ser, con base en la lectura de las tendencias, la principal oposición. López Obrador no va solo y el gobierno nos lo deja claro todos los días, no es una campaña política. De hecho resulta triste (y preocupante para el Presidente) la baja participación ciudadana en las pasadas elecciones: (45 por ciento en Durango, 39 en Aguascalientes, 33 en Puebla y Tamaulipas, 30 en Baja California y 22 por ciento en Quintana Roo).

Se eligieron 148 cargos entre gubernaturas, diputados y alcaldías. Si bien el fenómeno López Obrador sigue permeando, no lo hace ni de lejos con la misma fuerza del proceso electoral pasado. El cambio de señales y sus altibajos cotidianos frenan su tendencia al alza.

Tan sólo el sábado cambió el discurso de lo que había anunciado como una "lucha por la dignidad", para en cambio verse servil con el poderoso vecino y cerrar las puertas a los hermanos del sur. Nada más neoliberal.

Siente que es infalible. Ante la amenaza de Trump de colocar un arancel del 5.0 por ciento a todas nuestras exportaciones, programa una arenga pública con acarreados, cachuchas y fieles seguidores en lugar de ir a la Cumbre del G20 y hacer un posicionamiento frontal y fundado de jefe de Estado. Pero no, su visión del horizonte huye de la globalización y voltea hacia abajo para escarbar la mugre del ombligo, y con ello creer que hace un gran trabajo mientras los suyos, como siempre, le aplauden.

Quizá fue más ridícula la preocupante respuesta de nuestro jefe de Estado ante periodistas que cuestionaron la gravedad de los dichos del presidente del norte, que francamente nos amenazó, para sólo contestar con un torpe e inexplicable "amor y paz", y tras callar unos segundos vergonzantes e incómodos, sonrió para decir que es dueño de su silencio. Esa es la respuesta del Presidente frente a una amenaza real divulgada en todo el mundo.

Confunde dicho con acción; orden individual con vocación nacional y anuncio con solución. Se ven el ombligo con efecto avestruz: ni el mundo ni los resultados adversos existen cuando agachan la cabeza.

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