Salvador Nava Gomar

Ni aquí ni allá

El presidente se autocalifica entre los mejores presidentes del mundo pero nadie le cree, pues sus hechos lo desmienten y la prensa internacional lo evidencia frecuentemente.

El presidente se quejó de la predominancia negativa en editoriales, notas y artículos de opinión (¡de opinión!) de diversos periódicos, incluyendo a este, sobre su persona y desempeño. Es una pena que dedique tiempo a ello en lugar de gobernar y sobre todo que se quede en el análisis de lo que él considera calificativos como parte de un complot de sus adversarios y no en el contenido de sus acciones sobre las que no logra consenso ni respaldo.

Es incapaz de advertir algún error de su parte, un rumbo equivocado o la posibilidad de enmendar algo mal hecho.

A mí no me gusta escribir malas noticias. Prefiero celebrar aciertos, acompañar esfuerzos bien encaminados y ver realizados los postulados del Estado; pero sobre la conducta del presidente es difícil hacerlo.

El proyecto del país no descansa en los postulados de la 4T sino en la Constitución. A la justicia sólo puede llegarse por procedimientos legales; y el desarrollo de políticas públicas puede hacerse exclusivamente a través de procesos administrativos definidos (principio de legalidad). Todo lo demás es violación del derecho y puede acarrear responsabilidad. El presidente incurre en ello, lo postula y se jacta, lo que además le parece gracioso.

La visión democrática está globalizada y las mejores prácticas para beneficio de la humanidad han sido más que probadas. El presidente se autocalifica entre los mejores presidentes del mundo pero nadie le cree, pues sus hechos lo desmienten y la prensa internacional lo evidencia frecuentemente.

El Estado tiene que ser neutral desde su liderazgo: una vez que se gobierna, la parcialidad política de partido, candidatos y opositores debe ceder ante el interés nacional. El presidente se comporta como candidato y su espejo le refleja a un aguerrido adversario que rompe lanzas y quema naves, no a un estadista conciliador que construye patria.

Falla dentro y fuera. Aquí y allá. Habla y no hace. Dice barbaridades pero atina a sus huestes. Pasa vergüenzas públicas importantes y se engolosina de sí mismo sin permitir crítica alguna, ni de propios y mucho menos de extraños, ni locales ni extranjeros. Con él o contra la transformación.

La semana pasada hubo hechos graves, tristes y ridículos. Graves por la violación sistemática al Estado de derecho y a la libertad de expresión; tristes por la renuncia y escasa gratitud a Jaime Cárdenas Gracia, quien le ha sido leal a AMLO como pocos; y ridícula por la participación presidencial en la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas.

Jaime Cárdenas renunció al 'Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado' porque encontró corrupción, fallas administrativas y se topó con la voluntad política que le pedía actuar fuera de procedimientos y normas, lo que desde luego viola la ley y conlleva responsabilidad. El presidente aceptó su renuncia, lo calificó de tibio y volvió a repetir que prefiere la justicia a la ley, lo que es un sinsentido peligroso y autoritario.

También arremetió contra la libertad de expresión. El solo hecho de calificar editoriales, mencionar medios, nombrar autores y vincularlos con actos ilegales es una presión a la libertad de expresión. Dice que no lo hace mientras lo hace, y prueba de ello es que lo critican. No entiende que lo señalan por su falta de ejecutividad, por su incapacidad para realizar lo que tanto dice, justamente por su crítica a los medios y por ser el presidente. Un jefe de Estado democrático, dice Emmanuel Macron, jamás debe referirse a los medios o calificar editoriales. Que perdone el tabasqueño, pero me quedo con lo que dice el galo. Ojalá nuestro jefe de Estado aprendiera a guardar silencio, pero es imposible, es adicto a la complacencia autoreferente a cuadro.

En el plano internacional, sobra decirlo, el rol de los jefes de Estado debe acompañar el concierto universal de paz, bienestar, cooperación, salud y sustentabilidad. Vale la pena escuchar lo que dijo Angela Merkel en la Asamblea de la ONU, responsabilizándose con grandeza de las atrocidades cometidas por su país en la Segunda Guerra Mundial, reconociendo el consecuente valor del nacimiento del organismo y alentando el porvenir de la humanidad bajo principios democráticos y acciones de alta política.

Mientras tanto el presidente hablaba de Juárez con la torpeza repetida de emular a Mussolini, como si ignorara su fascismo y alianza con Hitler. No entiende nada. Habló del avión rifado que venderá y de cómo se transporta por carretera; de los conquistadores que califican a los indígenas de bárbaros, aclarando gratuitamente que los nuestros no lo son; dijo la cantaleta de la cuarta transformación y presumió ir saliendo de las crisis económica y de salud, lo que es abiertamente falso.

Tenía que ver al mundo y al futuro, pero terminó viéndose el ombligo confundiendo a la Asamblea de Naciones Unidas con su mañanera. Tenía que alertarse por la gravedad denunciada por su leal colaborador Cárdenas y lo criticó pidiendo lealtad ciega; tenía que callarse pero en cambio presentó su evaluación de los principales medios. Tiene que hacer pero dice, total que no cumple ni aquí ni allá.

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