Samuel Aguilar Solis

De tránsfugas y chapulines

Samuel Aguilar Solís explica por qué la fuga de militantes de un partido no sólo revela la crisis del sistema político, sino también de la democracia.

En los últimos años hemos sido testigos de manera constante de la fuga o transfuguismo de militantes de un partido político a otro, o bien para hacerse llamar 'independientes'. Ya antes quienes hacían este 'chapulineo' alegaban (como lo hacen hoy) que el partido en el que militaban antes había "perdido el rumbo o abandonado sus principios", y por ello y con estos 'argumentos' justificaban el abandono de sus filas; pero es claro que este boom del transfugismo tiene que ver con la temporada de candidaturas por los tiempos electorales.

Sin embargo, si el tránsfuga brinca de su partido de origen a otro que históricamente era su adversario ideológico, pero de este último hace lo mismo en sentido inverso a un tercer partido político, ¿de qué estamos hablando? Mi conclusión es que esos militantes están observando que brincar de un partido a otro no les crea ninguna crisis de conciencia, porque ya no hay principios, no hay ideología con la que se puedan sentir incómodos por dejar una y adquirir la nueva. Es el total pragmatismo y oportunismo lo que está haciendo crisis en los que históricamente eran los integrantes de los partidos políticos, es decir, los militantes.

Un militante partidista era un ciudadano que de manera libre se adhería a un partido político porque se identificaba con la ideología, los principios y el programa de una organización partidaria, no sólo de su particular visión, sino que además coincidía en la manera de concebir el modelo social o de programa económico entre otros del entorno, de la sociedad, del país. Ese militante político es el que se ha terminado; peor aún, creo que eso es el reflejo de una crisis ideológica de los propios partidos políticos, quienes fueron convirtiéndose en una franquicia electoral o en un instrumento de sus élites, de las oligarquías del 'círculo de hierro' de las que hace ya un siglo hablaba Robert Michels y que con la alternancia tanto local como en el plano federal, y ante el evidente fracaso de dar respuestas a las demandas de la gente y los numerosos y cada vez más graves casos de corrupción, han desencantado a toda la sociedad para tener el día de hoy un rechazo de 90 por ciento. Pero el problema no sólo se reduce a los partidos políticos, sino abarca a la clase política, a las autoridades electorales y a la propia democracia, como la vimos hace semanas con el informe de Latinobarómetro, donde sólo 48 por ciento de los mexicanos acepta la democracia, en contraste con 54 por ciento del promedio de aceptación de la región.

El transfuguismo es, pues, uno de los efectos de la crisis no sólo del sistema político y/o del sistema de partidos, sino de nuestra democracia, y nos hace ver de manera nítida la decadencia del sistema político mexicano y por ello la opinión que sin mayores argumentos los ciudadanos hacen de rechazo a la política en general.

Es grave tal situación porque eso hace que propuestas autoritarias o figuras políticas con discursos populistas tengan un campo fértil para sus intereses. Mientras tanto, el vaciamiento de los partidos continúa y con ello uno de los pilares de la democracia, los partidos políticos, se hunden en el desprestigio y con ello se profundiza la crisis de la política en general.

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