A México lo gobierna un demagogo autoritario. Andrés Manuel López Obrador fue electo con un contundente voto democrático. Eso no lo transformó en un demócrata, sino que lo reafirmó en su mesianismo iluminado; el presidente de México se siente el Salvador de México, un ser llamado a ejercer el poder sin restricciones. El disfraz de oveja demócrata ocultó al lobo autoritario que vive en Palacio.
El sueño del tabasqueño era reelegirse en el poder. Sin duda lo hubiera intentado en 2012 de haber ganado la presidencia seis años antes. Pero perdió, una derrota que nunca superará. No aceptó la victoria de Felipe Calderón, sino que se autoproclamó ‘presidente legítimo’. A la distancia muchos lo ven como un gesto simbólico, casi carnavalesco y de poca relevancia. Ah, pero qué chistoso fue el ‘Peje’ que se proclamó como ‘legítimo’, vaya ocurrencia de ponerse su banda juarista. La realidad es que fue lo más que pudo hacer un ser rencoroso y lleno de odio en lugar de impedir, como le hubiera gustado, la toma de posesión de quien lo venció.
Su sueño guajiro de reelegirse permaneció. Durante 2019 se cansó de prometer y jurar que no se quería reelegir. El cínico violador de leyes, ofreciendo lo que estaba obligado a hacer. Su cálculo era un revocatorio en la misma fecha que la elección federal de 2021, una contundente victoria en esa consulta y en la elección legislativa que le permitiría declarar que el pueblo lo amaba tanto que, muy a su pesar, se veía obligado a aceptar un cambio constitucional para poder seguir sirviendo a esos millones que exigían que siguiera adelante con la transformación de México. Hubiera sido su clásico: “es que yo no me mando, manda el pueblo”.
Le falló el cálculo, pero ahora quiere permanecer por medio de alguna de sus ‘corcholatas’ (vaya término tan despectivo, pero al cabo es el mismo que llamó solovinos a sus seguidores). Es imperativo no llamarse a engaño: López quiere ganar, a la buena o a la mala. Si perdió terreno en 2021 fue porque es un gobernante tan inepto como corrupto. No puede esperar mejor suerte para 2024, y lo sabe. Por eso quiere la destrucción del Instituto Nacional Electoral y amañar a su gusto las votaciones. El priista setentero siempre será un priista setentero, aunque ahora haya mudado su piel a Morena.
Lo que puede preverse sin mucha dificultad es un Presidente buscando imponer a toda costa a su ‘corcholata’, haya ganado o perdido. Proclamando, desde el poder, un fraude descomunal en su contra por la mafia que desea regresar al gobierno, y que no piensa entregarle. Un hombre acostumbrado a buscar imponer su voluntad, por las buenas o por las malas, el mesiánico de Palacio Nacional que se rehusará a admitir su derrota, como siempre. ¿Perdió Tabasco en 1995? Fraude. ¿Perdió la presidencia en 2006? Fraude. ¿En 2012? Fraude. ¿En 2024? Fraude, pero ahora con todo el poder y hasta con el Ejército comprado.
Esto con una economía debilitada por sus desastrosas políticas públicas, con una moneda que puede derrumbarse con facilidad e inversionistas ya muy golpeados por sus constantes ataques contra el capital privado, nacional y extranjero. Esto aparte de mafias criminales que quizá tomen un papel bastante activo en la elección federal. No puede descartarse que haya candidatos asesinados, como ya ha sido el caso, solo que a nivel presidencial. México 2024 como fue Colombia 1990.
Un caldo de cultivo de una crisis política y económica que desde ahora se dibuja y que parece imparable.