Presidente Luis Donaldo Colosio Murrieta (1994-2000). Un México que no fue por un disparo que acabó con la vida del candidato presidencial del PRI. Cambió la historia en mucho más que eso. Al pánico siguió un desplome de la confianza y una impresionante fuga de capitales. Banco de México logró sostener el tipo de cambio perdiendo casi 11 mil millones de dólares en los siguientes 30 días, casi 40 por ciento de la reserva internacional antes del asesinato. Se emitió deuda interna denominada en moneda estadounidense para que no saliera más dinero, y para fines de año había más de 29 mil millones de dólares en los llamados Tesobonos.
Al asesinato había antecedido el levantamiento zapatista, y lo seguiría un proceso electoral que incluyó la renuncia (temporal) del secretario de Gobernación. Carlos Salinas de Gortari esperaba un cierre fulgurante para su sexenio, y mudarse de Los Pinos a Ginebra para encabezar la Organización Mundial del Comercio. En cambio, fue un año desastroso. Tras la elección de Ernesto Zedillo, el asesinato del secretario General del PRI, José Francisco Ruiz Massieu. Una transición desaseada que finalmente llevó a una inepta devaluación por parte de Zedillo a las tres semanas de estar en el cargo. Su titular de Hacienda duró en ese puesto ocho días más antes de renunciar mientras la economía se desplomaba, con el lastre de los Tesobonos agregando al desastre.
Será un mesiánico, pero Andrés Manuel López Obrador ya entendió que su partido puede perder el poder en 2024 a menos que haga trampa. La elección federal de 2021 y la desastrosa consulta ratificatoria de 2022 le mostraron que millones le han dado la espalda. Mientras que la Oposición aglutinada por partidos políticos y ciudadanos convoca a manifestarse en 119 ciudades en México y el extranjero, llenando zócalos, plazas y calles, AMLO no pudo acarrear a suficientes para llenar la plaza frente al Palacio en que vive.
La destrucción del INE es solo una acción entre tantas que pueden llevar a que el año próximo signifique otro cierre de sexenio desastroso. Lo que ya está a la vista de propios, extraños y extranjeros afectados (destacadamente en Estados Unidos) es un gobierno que se ha doblegado ante los grupos criminales o, peor, asociado con ellos. México es en 2023 un Estado fallido o un narcoestado. Un país en que remesas y lavado de dinero se mezclan, con el banco creado por el Presidente como uno de los grandes receptores de esos recursos.
En 2024 la violencia de los grupos criminales puede dirigirse a tratar de controlar el sentido de la elección. Ya lo han hecho en años recientes a nivel municipal y estatal, es solo cuestión de subir el nivel, quizás incluyendo asesinatos. Esa confianza que se evaporó en 1994 también puede desvanecerse de golpe, y con la misma contundencia, 30 años más tarde. El gran orgullo obradorista, un peso estable, se desplomaría, junto con unas finanzas públicas debilitadas por el saqueo de fondos y fideicomisos.
López Obrador no tendrá empacho alguno en violar la ley si de esa forma logra perpetuar en el poder a los suyos. Una de sus numerosas especialidades es clamar un gigantesco fraude y proclamar ganador al perdedor. Lo hizo en torno a su persona cuando estaba sin poder, lo hará ahora que está encumbrado en Palacio Nacional y además con un Poder Legislativo cuya mayoría se le pone de tapete sin chistar. Ya ha demostrado que su especialidad es destruir. La ironía final sería la destrucción del país al cerrar su sexenio.