Ha sido por varios días el hashtag o etiqueta en la primera posición en X (antes Twitter) en México y destacando en otras redes sociales. Ayer alcanzó la posición 10 y fue el tercero más utilizado en el mundo. Técnicamente, un hashtag es una cadena de caracteres formada por una o varias palabras pegadas y antecedidas por el signo #. En este caso se trata de lo que muchos creen del Presidente.
Ayer en la mañanera López Obrador se refirió de nuevo al tema, diciendo que se trataba de “una campaña de robots que cuesta muchísimo dinero” y que debía llevar 200 millones de vistas. Que no solo se había comentado en México, sino desde Argentina hasta Holanda. Para AMLO todo es producto de la politiquería en tiempo electoral, pretendiendo dañar a su persona, partido y candidata, un movimiento artificial y pagado en redes sin sustento alguno.
Le obsesiona ser calificado como narcopresidente cuando no entiende que hay realidades que permiten adjudicarle esa palabra como adjetivo, sea cierto o no. En los hechos, ha ordenado la claudicación del Estado mexicano, entregando pueblos y territorios enteros al control de grupos delictivos. Autoridades políticas, electas, son impotentes y carecen de autoridad en diversos ámbitos, porque ese poder se ha trasladado por medio de una violencia cruel y brutal. Entre otros crímenes, homicidios y extorsiones se han convertido en esas áreas, en algo normal.
AMLO cree que todo lo desató el reportaje de Tim Golden sobre la acusación, por medio de testimonios y no como algo categóricamente demostrado, que su campaña presidencial de 2006 recibió dinero del narcotráfico. Al parecer es incapaz de ver que han sido sus acciones como Presidente las que otorgan plausibilidad a esos testimonios, que esa pieza periodística es el humo que para muchos confirma el incendio que está devorando al país y que tantas víctimas y dolor está dejando a su paso.
Porque lo que no puede hacer es rebatir esa creencia con resultados. Recibió una situación grave y la ha empeorado considerablemente.
Quizá fue ingenuidad, creer que si ofrecía una rama de olivo a criminales, estos aceptarían una paz no abiertamente negociada, pero sí acordada en forma implícita. Que hablar de abrazos y no balazos sería bien recibido. Que al dicho presidencial que la violencia no se combate con violencia, esta desaparecería. No entendió que es una guerra fragmentada por productos, territorio y rutas, y que la ausencia del Estado permite al pulpo extender más sus tentáculos hacia otras actividades tan ilegales como lucrativas, como es la extorsión.
O tal vez fue llana incapacidad. No quiso arriesgar un escalamiento de los enfrentamientos entre grupos criminales y las fuerzas de seguridad, incluyendo Ejército y Marina, y optó por dejar el campo libre y esperar lo mejor.
El peor escenario, sin embargo, es la complicidad: el acuerdo explícito de una alianza que le permitió llegar al poder y consolidarse en el mismo. Una posibilidad que se apoya en la continua y descarada deferencia que muestra AMLO para con ciertos grupos criminales y sus líderes, por medio de sus palabras (destacadamente las disculpas por usar el apodo de uno de ellos en lugar de su apellido), acciones concretas como una cínica convivencia (compartiendo comida) y hasta las obsequiosas visitas al corazón de su territorio.
López Obrador no entiende que el hashtag que tanto odia refleja plenamente lo que sus dichos y acciones llevan a pensar: que sí es el #NarcoPresidenteAMLO.