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Andrés, el perverso

Donde muchos otros se habrían detenido por un mínimo de decencia, por un residuo de empatía, un dejo de pudor, López Obrador ni siquiera pestañea y sigue inconmovible.

Ha sido una de sus principales ventajas como político. Andrés Manuel López Obrador ha sido siempre subestimado en su carencia de límites para alcanzar sus objetivos, desmedida ambición y maldad personal. Por ello su capacidad destructiva es inmensa e inesperada. Donde muchos otros se habrían detenido por un mínimo de decencia, por un residuo de empatía ante el sufrimiento ajeno, debido a un dejo de pudor ante lo que establecen las reglas de la convivencia o las leyes, el tabasqueño ni siquiera pestañea y sigue inconmovible. Estira la cuerda sin que le importe romperla mientras que logre aquello que desea.

A diferencia de tantos líderes despiadados, que se regodean en la crueldad y en inspirar miedo, el Presidente ha sabido disfrazar su perversidad con extraordinarios despliegues de hipocresía y cinismo. Muy rara vez se le descoloca y pierde los papeles. El enojo es raro y, si acaso, la sonrisa se hace torva, mientras que el tono de voz se endurece. No suele pasar de ahí. Su vida es un ejemplo notable de una disciplina férrea que oculta a la retorcida persona que es.

Este es el hombre que juró cumplir la ley y quien se regodea violándola, presumiendo que tiene la autoridad política y, además, moral para hacerlo. Es quien no se cansa de ostentarse como un demócrata y ha ido barrenando los pilares institucionales del sistema político que le permitió ser electo. Es quien proclama que no lo mueve la venganza, y rezuma odio y rencor en cada mañanera, siempre obsesionado con quienes considera sus enemigos. Aquel que no se cansa de victimizarse, mientras busca aplastar a quienes se le atraviesan. Es el que grita a los cuatro vientos que es impoluto y honesto y preside un gobierno que explota de pus, con su voraz parentela en primera fila acumulando riqueza a costa del erario.

Lo increíble es que tras más de cinco años en Palacio Nacional, se le sigue subestimando. No importa que sus acciones pasadas muestren perfectamente de lo que es capaz, tampoco que ya esté preparando el terreno, hablando de ello abiertamente, en caso de que la elección presidencial no favorezca a su candidata. Como en muchas ocasiones, va lanzando señales sobre sus intenciones, con la gravedad de sus palabras enmascaradas por la forma en que las pronuncia, con el aplomo de quien se sabe con todo el poder.

No es que el país goce de tranquilidad, está en llamas, con el crimen organizado habiendo ocupado todo terreno abandonado por un claudicante Estado. Pero en la burbuja de Palacio Nacional siguen las peroratas mañaneras como si la República no se estuviera resquebrajando.

Y López Obrador está listo con el barreno y la dinamita para, de ser necesario, aprovechar que ha debilitado toda la estructura institucional y volar en pedazos el orden constitucional. Habla de un fraude electoral (en contra de su partido, claro) como si fuese un político opositor y no el Presidente. Igual menciona un “golpe de Estado técnico”, nada menos que orquestado por el Poder Judicial. Está preparando el entramado que le es tan familiar, listo en caso de perder: el clamor del fraude, solo que esta vez apoltronado en Palacio Nacional.

¿De qué es capaz? De todo aquello que esté a su alcance hacer sin que lo frenen consideraciones tan pueriles como esperar un mínimo respeto por la legalidad y las instituciones. El demagogo autoritario siempre estuvo dispuesto a hundir al país, solo que ahora tiene el poder para hacerlo, en tanto millones lo siguen subestimando.

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