Que se modifique la Constitución y se permita la reelección no consecutiva a partir de 2030. Morena y sus satélites pueden hacer esto y mucho más. El plan C, por grave que sea todo lo que propone, puede ser un preámbulo a más alteraciones radicales a la Carta Magna. López Obrador soñó al principio de su sexenio con la reelección, ahora puede lograr el cambio necesario con relativa facilidad gracias a sus (literal) diputados, senadores y gobernadores. La eliminación de la representación proporcional retrocederá al Poder Legislativo a una situación similar a la existente en 1961, ¿por qué no hacer lo propio con el Ejecutivo a 1910 o en todo caso a 1928, cuando fue electo por segunda ocasión Álvaro Obregón? (este fue asesinado como presidente electo).
Un problema con esa propuesta sería la edad del tabasqueño. De ganar la reelección en 2030 tendría 77 años de edad, y 83 primaveras al terminar ese hipotético sexenio. Su deterioro físico ha sido evidente en estos años, y hay incluso cuestionamientos sobre su potencia cognitiva. Ciertamente, en Estados Unidos hoy se enfrentan en un debate un presidente de 81 años y un expresidente de 78. Es exactamente el punto: la fortaleza física y mental de Joe Biden y Donald Trump es incierta y más lo será a lo largo de cuatro años adicionales en la Casa Blanca.
Pero hay una alternativa más inmediata para permitir a AMLO un rápido regreso, quizá a partir de 2025, a un primer plano activo en la política nacional. Esta sería modificar la Constitución para separar las funciones del titular del Ejecutivo y depositar en una persona las funciones de jefe de Gobierno y en otra las correspondientes a jefe de Estado. Este un arreglo habitual en los regímenes parlamentarios como Reino Unido, España o Italia y también lo tiene uno que es semipresidencial: Francia.
¿Qué título darle a AMLO en esa función? Lo más adecuado sería jefe del Estado mexicano. Llamarlo presidente y denominar a Sheinbaum como primera ministra sería demasiado confuso y además la segunda fue electa como presidenta en primer lugar. También se le puede nombrar a AMLO como los jefes de Estado de naciones como Suecia, Holanda, España o Gran Bretaña. Esto es, rey de México. Sería la tercera monarquía en la historia del país como nación independiente. Quizá el beneficiario de la Corona no pondría muchos reparos al título, pero poco apropiado para quien dice tener a Benito Juárez, quien ordenó fusilar a Maximiliano, como su modelo.
Por ello jefe del Estado mexicano sería lo ideal. Se supone que una persona con esa función está por encima de la política y representa al país (recibe embajadores, inaugura obras, preside desfiles, da discursos apolíticos sobre temas importantes) y nadie puede ser más político que López Obrador, pero obviamente ese detalle no tiene importancia.
Por otra parte, daría funcionalidad a lo que en los hechos se está constituyendo como una presidencia bicéfala. Si Claudia Sheinbaum no quiere (o no puede, el dueño de Morena es otro y no va a soltar ese balón) superar ese papel de subordinada en el que lleva un cuarto de siglo, será un arreglo satisfactorio para ambos. Y será una transformación histórica, de esas que tanto le gustan a López Obrador. Lástima que proclamarse rey sea un exceso, lo más probable es que le encantaría, ya no digamos que pudiese nombrar a sus hijos como príncipes. Suena increíble, pero es la chequera en blanco que los votantes entregaron el 2 de junio.