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La banda y la silla no dan poder

El poder seguirá en manos de Andrés Manuel López Obrador, a quien Claudia Sheinbaum sin duda habrá enaltecido en grado extremo en su discurso inaugural.

El primero de octubre Claudia Sheinbaum Pardo jurará el cargo de Presidenta Constitucional, se calzará la banda tricolor y se sentará en La Silla coronada por el águila y la serpiente. Del Congreso irá a Palacio Nacional y tras caminar por esos elegantes pasillos que le son tan familiares llegará al despacho presidencial. Pero no tendrá el poder.

Este seguirá en manos de Andrés Manuel López Obrador, a quien Sheinbaum sin duda habrá enaltecido en grado extremo en su discurso inaugural, en medio de una tremenda ovación por parte de los legisladores de Morena, sus partidos satélites y muchos de los invitados especiales. Sheinbaum romperá la tradición de referirse poco a su antecesor; al contrario, AMLO será elemento central de sus palabras, la flamante titular del Ejecutivo mostrando su agradecimiento y en los hechos subordinación a quien la hizo lo que entonces será. Una vez más dejará claro, ante la nación, quién manda.

Sheinbaum ha soportado humillaciones constantes por parte de quien a lo largo de un cuarto de siglo ha sido su padre político, mentor y jefe. Ella demuestra la máxima obradorista: lo que se demanda es el 100 por ciento de lealtad, el conocimiento y la experiencia son opcionales. Ni siquiera su hermano tabasqueño, Adán Augusto, le ofrecía tal garantía, mucho menos Ebrard o Monreal. Su dedazo señaló a quien siempre pudo mandar sin el menor atisbo de pensamiento propio o rebeldía. Incluso como ganadora de las elecciones, como presidenta electa, sigue mostrando la más absoluta abyección, el aplauso acrítico a las acciones destructivas con las que tendrá que gobernar, por más que quien realmente gobierne siga siendo AMLO. Enfrentará el peor de los dos mundos: la responsabilidad histórica sin el poder.

Claudia, la ambientalista que ofrece continuar refinando combustóleo, quien habla de descarbonización teniendo que seguir invirtiendo cantidades astronómicas de dinero en Pemex. Es la ecologista quien ahora ofrece que el Tren Maya será también de carga, garantizando la destrucción de selvas y cenotes. Es la entusiasta del nearshoring que contempla esas inversiones que se alejan porque su mentor insiste en vengarse de jueces y ministros. Como decía Adolfo Ruiz Cortines, la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos; Claudia lo hace mientras sonríe y proclama su amor por AMLO y su obra.

Por un cuarto de siglo ha actuado con cautela, siempre cuidadosa de no tener la menor divergencia, menos todavía molestar en algo al tabasqueño. Tendrá que seguirlo haciendo, presidiendo un gabinete lleno de ojos y escuchas que reportarán cualquier gesto de rebeldía con respecto a la senda marcada por el patrón. Lo hará también acotada por los diputados y senadores quienes no le deben el cargo, como tampoco la nueva líder de Morena.

Quizá se consuele con el oropel de Palacio Nacional, tomando decisiones sin trascendencia, viajando a los estados e incluso al extranjero con todo el aparato logístico presidencial, recibida con aplausos y honores mientras que AMLO la sigue observando a distancia, con Claudia temerosa que esa mirada de aprobación se transforme en el rencor que ella ha visto a lo largo de varias décadas contra tantos otros. Atrapada en la telaraña del poder que no es suyo.

Sin duda le sobrará tiempo para entretenerse mientras que el país sigue la marcha que ella realmente no encabeza. Puede ponerse a leer las memorias de Pascual Ortiz Rubio buscando entender lo que es tener la banda puesta sobre el pecho, pero no el poder.

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