El 2 de octubre no lo olvidarás, Claudia. No el de 1968, sino de 2024. Todavía el día anterior habrás estado en presencia de tu padre político, mentor, guía y, por supuesto, impulsor a la presidencia. Toda tu vida política se la debes; no estarías ocupando el histórico despacho en Palacio Nacional sino un cubículo en la UNAM y ya planeando tu retiro tras una vida en la academia.
Una deuda que has tenido que pagar con abyección absoluta, pero finalmente fue esa lealtad sin cuestionamiento al mesiánico la que te permitió escalar en sus afectos y en posiciones. Mostraste lo que ni Ebrard o Monreal podían ofrecer: la obediencia sin el menor gesto de rebelión, ni siquiera un atisbo de independencia. Incluso como presidenta electa has tenido que apoyar, sin rechistar, las locuras de cierre sexenal, además teniendo que acompañarlo a cuanto lugar se le ocurrió.
Lo habrás demostrado el día de tu toma de posesión. Debió haber sido tuyo, con López Obrador en un discreto segundo plano, pero por supuesto no pudo ser así. Otra vez tuviste que manifestarle ante todos que es un líder extraordinario e histórico. En el discurso sobre tu futuro gobierno tuviste que insertar abundantes alabanzas al señor y, faltaba más, ahí estabas, ya con la banda puesta, encabezando la porra que, sin pudor ni mesura, retumbó en el recinto legislativo: ¡Es un honor estar con Obrador!
Pero el 2 de octubre podrás empezar a ser tú misma. Quizá entonces comenzarás a asimilar la espantosa herencia que te entregó el tabasqueño y que tanto ovacionaste. Porque tendrás que pasar de las palabras a las acciones. El titular de Hacienda te informará, de nuevo, que ahora debes achicar el enorme boquete presupuestal. Sí, el que dijo que no iba a endeudar más al país, el campeón de la “austeridad republicana”, te dejará una deuda de alrededor de 17.7 billones de pesos, 6.5 billones más que la que recibió de Peña Nieto. Cada día un endeudamiento adicional promedio de 10 mil millones, y lo único que hiciste como presidenta electa fue ofrecer que gastarías más.
Inicias tu administración no solo lastrada por ese déficit (más de 6 por ciento del PIB, el mayor desde 1989) sino por la destrucción institucional que tuviste que aplaudir. Puedes irte olvidando de tus sueños de atraer inversiones extranjeras masivas por medio del nearshoring. Muchas empresas se irán a Texas o Indonesia, cualquier lugar del mundo que les ofrezca una mayor certeza jurídica que la que AMLO desapareció de golpe con su firma. De la violencia ni hablamos. No es buena idea que culpes a Estados Unidos de lo que ocurre en Sinaloa, aparte de todo lo que sucede en el resto del país.
No sólo lastrada, sino además rodeada. Gobernadores, senadores y diputados le deben el cargo a AMLO, aparte de la mitad de tu gabinete. Morena mantiene el mismo dueño, que por supuesto no eres tú. Por si alguna duda hay, se puede consultar al futuro secretario general, quien no por casualidad también se apellida López.
El 2 de octubre inicia tu choque frontal con esa realidad. Tienes la oficina, pero no el poder, pero ocurre que la responsabilidad es tuya. Ante el nuevo Jefe Máximo (de la transformación, ya no de la Revolución) puedes ser como Pascual Ortiz Rubio ante Plutarco Elías Calles: subordinada y obediente. Es una senda que ya conoces. O puedes ser como Lázaro Cárdenas y purgar al sistema político del obradorismo, como el michoacano lo hizo con el callismo.
Pero no es claro si quieres y menos todavía si puedes.