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El cirquero de Palacio

El problema del cirquero de Palacio es que no se le contrató para distraer, sino para gobernar.

Andrés Manuel López Obrador se regodea en el circo. En casi 21 meses de gobierno ha demostrado que no sabe gobernar, o más bien que entiende que un gobierno es una campaña permanente. Lo suyo es el micrófono y los reflectores, la atención de ese público que necesita constantemente. Muchos políticos buscan un cargo porque quieren tomar decisiones, ejecutar acciones; AMLO busca la cámara, ese refugio de los megalómanos.

Ante sus fracasos en proveer de pan a sus gobernados, se obstina en el espectáculo. Es un experto en montar pistas y espera las risas mientras ejerce como el primer cirquero de la nación. Y cuando ocurre que el show no trajo los aplausos esperados, se enoja, asombrado de que el pueblo no festeje sus ocurrencias.

Así pasó con el avión presidencial, compendio de la ineptitud obradorista. Uno de los primeros actos del gobierno fue sacarlo del país, una especie de destierro del boato peñista. Venderlo fue promesa reiterada, y presentada como algo sencillo de realizar. Finalmente llegó la ocurrencia de la rifa, que rápidamente se convirtió en premios en efectivo (y chacoteo internacional).

El Presidente es al parecer incapaz de entender que el pueblo no se enfurezca ante los lujos del avión, y en lugar de ello otorgue mayor importancia a la pandemia que ha matado a decenas de miles (cifras oficiales) o la pérdida de empleos e ingresos para millones. Nada de colas de gente ansiosas por hacerse de un 'cachito', quizá porque 500 pesos sea una cantidad respetable para millones de personas en aprietos financieros, aunque no para quien presumió por largo tiempo que sólo traía 200 en la cartera.

Por lo que el cirquero de Palacio ha cambiado de pista, ahora con un actor secundario de nivel: Emilio Lozoya, exdirector general de Petróleos Mexicanos. Como anillo al dedo, Lozoya ha acusado a sus villanos favoritos, particularmente los expresidentes Calderón y Salinas (aparte de Peña, claro). Una vez más, lo que hace en forma recurrente, López Obrador ha dicho que "el pueblo" decidirá si se investiga a sus antecesores, mostrando al demagogo tan distante del que debería ser promotor de un Estado de derecho.

Con esta pista circense, AMLO mata a dos pájaros con una pedrada: despliega su rencor contra Calderón y Salinas (sobre todo el primero) por medio de terceros, aparte de desviar la atención con respecto a su propio desempeño. El detalle fue que la exhibición de un video con pacas de billetes que supuestamente se repartieron entre legisladores trajo a la memoria colectiva el correspondiente a quien era y sigue siendo uno de sus operadores políticos, y quien famosamente arreó hasta con las ligas.

La más reciente puesta en escena muestra una vez más que al inquilino de Palacio Nacional le importan poco los procesos judiciales y mucho la exhibición popular. No se trata de seguir un proceso serio, sino de montar un teatro para desviar la atención de temas más actuales y menos agradables. Si la exhibición pública de videos vicia el proceso y lo hace atacable, no importa, lo relevante es que el pueblo piense en la corrupción del PRIAN de ayer y no en los muertos por crímenes o por el Covid de hoy (o la corrupción de los funcionarios obradoristas a los que se están descubriendo más propiedades que el nopal).

El problema del cirquero de Palacio es que no se le contrató para distraer, sino para gobernar. Será la falta de pan la que seguirá hundiendo a AMLO, por más que trate de compensarla con abundancia de circo.

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