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Muérete en casa

Hay una opción para todos aquellos que contraigan el virus en las próximas semanas en que estará colapsado el sistema sanitario. De preferencia, que se eviten el peregrinaje inútil de buscar una cama de hospital.

Una matazón innecesaria por ahorrar dinero y alimentada por la fantasía del poder presidencial. Muerte y miseria infligidas por un gobierno que se supone está para servir a todos, sobre todo los más desprotegidos. El saldo del austericidio se sigue acumulando y las cuentas principales se cifran en cientos de miles de fallecidos y millones que han caído en la pobreza.

Es el círculo vicioso que se cierra por no querer gastar. No se puede pasar a color rojo en el semáforo epidemiológico porque implicaría devastar más a la economía. El gobierno no quiere una nueva reedición de la contracción de abril y mayo, en que se perdieron 900 mil trabajos formales. Claro, tampoco está dispuesto a salvar empleos porque implicaría mucho dinero.

Como dinero cuesta frenar los contagios. Para ello hubiera sido necesario hacer pruebas, muchísimas, para detectar a aquellos portadores del virus, con o sin síntomas. El paso siguiente era construir una red de seguimiento de infectados, con más pruebas a los círculos de contacto. Tampoco se hizo.

Durante meses el Presidente mantuvo su fantasía de que todo podía controlarse con su voluntad. En una histórica ocasión mostró sus amuletos que, dijo, lo protegían del virus, mientras que otro día comentó que mentira y corrupción eran factores de infección. En otro momento recomendó salir a fondas a comer, y poco después anunció que había domado la pandemia. Quizá el momento estelar fue cuando proclamó que esta le había venido al gobierno como anillo al dedo.

Y siempre, en todo momento, López Obrador se mostró despectivo con el cubrebocas como medida de protección. Porque el Señor Presidente de la República no es débil sino, como dijo el Subsecretario de Salud, una fuerza moral. Una medida básica y barata de seguridad abiertamente despreciada.

El remate fue la fantasía del sistema de salud danés o canadiense. Mientras que el virus iniciaba su explosión en China, en México iniciaba sus operaciones el Instituto de Salud para el Bienestar. Su nacimiento implicó la destrucción del Seguro Popular. Ante el evidente fracaso, AMLO pidió unos meses para que llegara ese sistema de salud tipo Dinamarca, plazo que por supuesto venció sin mejora alguna.

Al INSABI se agregó la desarticulación de toda la red de distribución de medicinas. El pretexto presidencial fue que había corrupción. Y, también como es habitual, el tabasqueño estableció campechano que no sería problema hacer una red pública con ese propósito, dado que era como repartir Coca Cola o Sabritas. Lo cierto es que el gobierno se ahorró muchos recursos no solo no distribuyendo las medicinas, sino dejándolas de comprar. Han muerto al menos cientos de niños con cáncer debido a la falta de quimioterapias, pero se ha ahorrado dinero.

La nueva oleada mundial de la pandemia simplemente dio renovado impulso al virus en México. No es que el gobierno no esté haciendo un esfuerzo por encontrar recursos. Por ejemplo, se hizo la rifa del avión no-avión, con algunos cachitos ganadores entregándose a clínicas (o eso se supone). Se recortaron aguinaldos y con ese dinero se van a comprar unas ambulancias.

Mientras tanto, hay una opción para todos aquellos que contraigan el virus en las próximas semanas en que estará colapsado el sistema sanitario. De preferencia, que se eviten el peregrinaje inútil de buscar una cama de hospital. Mejor que se queden en casa, y se mueran ahí. El gobierno sí está dispuesto a gastar algo de dinero apoyando con los gastos funerarios.

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