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Que AMLO viva muchos años

López Obrador no estará al lado de Juárez, Madero y Cárdenas, como está seguro sería lo correcto, sino que será comparado con Echeverría y López Portillo.

Una larga vida para Andrés Manuel López Obrador, que sean muchos años tras dejar en 2024 el cargo de presidente de México. Una prolongada existencia como un apestado, como una de las personas más odiadas del país, permanentemente recluido en esa propiedad que tiene en Palenque, tan aptamente nombrada.

Años de miseria constatando la magnitud de sus garrafales errores, quizá insomne en las noches por las miles de voces de aquellos muertos que provocaron sus políticas. Incapaz de salir a las calles, temeroso de toparse con miradas de reclamo o palabras de insulto. Quizá necesitado de protección para evitar que alguno quiera pasar de los reclamos a los golpes, una de las muchas personas que le detestan por una pérdida humana (algún familiar, amigo cercano, víctima del Covid o de la violencia) o material (un negocio quebrado, una familia que pasó de la relativa prosperidad a la pobreza) que provocó con su ineptitud. Un expresidente que incluso evita a los niños, demasiado jóvenes para haber sufrido directamente sus actos, pero repitiendo lo que escuchan en casa: "mira, ahí va el señor al que le dicen `el cacas'".

Años de saber que se escribe la historia de su gobierno, libros que evita como a esos niños para no toparse con los juicios que considera tan injustos. Porque no se encuentra al lado de Juárez, Madero y Cárdenas, como está seguro sería lo correcto, sino constantemente comparado con Luis Echeverría y José López Portillo. Años de agonía porque se le cita como el peor presidente del México contemporáneo. Mínimo castigo al lado de tanto daño a millones, pero doloroso, como es la recurrente frase sobre los tres López: "López de Santa Anna en el siglo XIX, López Portillo en el XX y López Obrador en el XXI fueron los presidentes que explican los retrocesos de México".

El hombre amargado, resentido, porque no entendieron ese proyecto que era la cuarta transformación. Años buscando explicar su obra extraordinaria, siempre en vano.

Los empresarios nacionales y extranjeros no entendieron que si los atacaba por un lado, les compensaba por otro. A su administración le costó millones pagar los contratos y bonos por cancelar el aeropuerto de Texcoco, más millones renegociar con generadores de electricidad, y hasta un dineral por lo de Constellation Brands. Pagó sin rechistar, y a pesar de ello huyeron los capitales.

Las mafias criminales tampoco comprendieron. Tan sencillo que hubiera sido aceptar sus abrazos y, con discreción, trabajar en forma coordinada, repartiéndose territorios y rutas. Pero no entendieron, y el sexenio acabó siendo el más sangriento desde la etapa revolucionaria, con muchos inocentes como víctimas colaterales.

Una vejez sin entender por qué se le culpa de lo que fue una pandemia. Las cifras de muertos por encima de la tendencia normal lo persiguen. Incapaz de explicar que había otras prioridades para el dinero, como era la refinería de Dos Bocas. No le queda lejos de su rancho, pero no quiere deprimirse viendo esas instalaciones que debían producir tanta gasolina, y que en cambio están inundadas y sin terminar.

Largo tiempo diciendo que subestimó a los neoliberales, fifís y conservadores, todos esos acérrimos enemigos que sabotearon a su gobierno. Que incluso subestimó a ese pueblo que se dejó engañar y que ahora lo desprecia.

Magro consuelo para un país ver a quien fuera uno de sus líderes enfrentar por el resto de sus días el desastre que causó. Es de lo poco que puede ofrecer AMLO.

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