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Un programa para 2024

La situación actual tendrán que enmendarse de cara a un cambio de gobierno en 2024, cuando se demuestre la falla en el rumbo trazado por la 4T.

Como tantos mesiánicos, López Obrador busca que su obra sea eterna. No se cansa de repetir que lo que está haciendo no podrá ser revertido. Solo le falta proclamar que su cuarta transformación durará mil años.

Los demagogos autoritarios habitualmente son excelentes para criticar, pero ineptos para construir. Sus ideas son simples, y en ello reside su atractivo electoral. Las soluciones que ofrecen son fáciles, aunque en la práctica desastrosas. El primer año de AMLO ha mostrado que sus recetas mágicas para combatir la inseguridad, aumentar el crecimiento económico o reducir la corrupción no eran más que humo, espejitos que vendió con éxito a un electorado ansioso por un cambio.

Lo que está sembrando el tabasqueño con su soberbia e ineptitud es el imperativo de meter reversa apenas sea posible. La realidad es dura, pero preferible a la arrogancia que presenta los fracasos como éxitos. A 13 meses de gobierno es evidente que el camino de regreso será doloroso, pero inevitable. Un candidato presidencial audaz ofrecerá desde 2023 desandar el desastre acumulado. Como, por ejemplo, será abandonar la Terminal Avionera Propuesta por Obrador (TAPO) en Santa Lucía por un aeropuerto único en Ciudad de México, con la ambición de tener además un hub internacional.

Prometerá acabar con la ineficiencia de esas empresas paraestatales llamadas Petróleos Mexicanos (el desastre más costoso del sexenio) y Comisión Federal de Electricidad, abriendo plenamente, de nuevo, los sectores petrolero y eléctrico a los capitales privados. Suponiendo que la refinería de Dos Bocas está produciendo un solo barril de gasolina (algo improbable), venderla al mejor postor, junto con el resto de las plantas de refinación. Obtener un peso ya sería ganancia para no seguir perdiendo dinero a carretadas a cambio del capricho de producir gasolina en territorio nacional.

Sobre todo, ofrecerá enfocar los recursos fiscales a tres rubros: educación, salud e infraestructura. En educación el reto sería combatir a las fortalecidas mafias sindicales, para así tratar de ofrecer a los más pobres una salida real de su miseria. En salud, tratar de reconstruir un sistema dañado por las fantasiosas promesas de alcanzar algo como Escandinavia, cuando el resultado fue algo parecido a Nicaragua.

Una promesa clave será revertir la fuga de cerebros, hacer volver a México a los miles de científicos que huyeron del país ante la destrucción de incentivos y condiciones de trabajo que había costado décadas construir. Otra área que demandará una cantidad significativa de recursos que no pueden malgastarse en producir chapopote o electricidad.

Fundamental será renegociar el T-MEC con la nueva administración estadounidense que tomará posesión en enero 2025, para tratar de revertir las graves cesiones de soberanía que implicó el acuerdo. No será sencillo, pero un Presidente estadounidense sensato (y no un proteccionista acérrimo como Trump) entenderá las ventajas que ofrece México como complemento manufacturero de América del Norte, en lugar del profundamente dañino intento de anular la ventaja salarial mexicana que lograron los negociadores de la Casa Blanca con la complacencia de López Obrador y sus negociadores.

El combate real a la corrupción gubernamental será también una parte esencial de esa propuesta electoral. Porque para 2024 será evidente para todos que hay algo peor que un soberbio e inepto, y es un soberbio e inepto que deja a los suyos robar a manos llenas.

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