Simon Levy

El coro de Zury

El autor recomienda a los jóvenes, no tener miedo de preguntarse quiénes son y hacia dónde van. No tengan miedo de no saber las respuestas, tengan miedo de no quererlas construir.

Toda la mañana se volvió interminable por la espera de nuestra paleta de melón de la Manhattan. Nos la había prometido el día que llegó de Moroleón.

Cada vez era más recurrente que al regresar de Guanajuato a sus nietos más pequeños nos llevaba los domingos al Burger Boy de Homero, en la Ciudad de México, para tomar nuestra malteada de chocolate después de llevarnos a desayunar.

Ese domingo de mayo, había sido muy especial para mí. Una noche antes, había empezado a trabajar formalmente en el coro nupcial de la Comunidad Maguen David en la sinagoga de Polanco.

El señor Zury −el organizador del grupo de cantantes− era famoso porque le daba trabajo a los niños que teníamos buena voz, pero también buenas calificaciones, y pronto después de la segunda locución, se corrió la voz que yo imitaba a Plácido Domingo y con eso me dieron la oportunidad. Empecé a ganar cinco mil nuevos pesos. Para mi era toda la fortuna de mi vida.

El sábado por la noche, solíamos visitar su casa y ese era el momento en que empezaba a tener clases de la vida con él. Nos encerrábamos en su oficina y me empezaba a hablar de la política. Sin embargo, en esa ocasión me contó cómo empezó a ganar dinero.

Llegó de Ciudad Guzmán y se convirtió en un gran textilero que se instaló en la colonia Granjas México en la cual daba empleo a cientos de costureras de Azcapotzalco e Iztapalapa de la Ciudad de México.

Sin tener nada cuando se casó −más que una estufa de leña que le regaló mi bisabuelo José como dote de su boda− Isaac mi abuelo me estaba explicando cómo empezó a lograr que su origen no terminara siendo su destino y la importancia de las clases medias, cuando la charla se interrumpió y no pudimos terminar ese día.

Ya el domingo, cuando empezó a repartir los gaznates, los muéganos y las paletas de grosella que tanto le gustaban a mi abuela, fue a su auto a bajar los helados de la Danesa 33 para mi mamá y mi tía. Entonces me volvió a tomar de la cabeza, nos apartamos de la mesa y empezamos a caminar. Me felicitó porque había empezado a trabajar y ganar dinero, entendiendo que continuaría nuestra plática interrumpida de la noche anterior cuando me dijo:

“Si ganas dos pesos, guarda uno y el otro dáselo a tu mamá.

Pero abuelo ¿yo con que me quedaré? Le pregunté decepcionado.

“Con la enseñanza de no gastar sino aprender a invertir en tu futuro”. Sentenció sin dudar.

“Simón, nunca olvides que la riqueza para repartirse primero debe crearse y el miedo siempre es enemigo de la riqueza”.

Ya no está aquel episodio de mi niñez, como tampoco está mi abuelo, pero ahora que observo la destrucción cada vez menos silenciosa de las clases medias, no puedo dejar de pensar en las palabras de mi abuelo, al tiempo que voy viendo cómo las paletas Manhattan en 2021 volvieron a vender por whatsapp y se están adaptando a la resiliencia y no al miedo, gracias al mercado de la nostalgia.

Estoy convencido que el mayor peligro de las clases medias es que les enseñaron que hoy es más fácil ahorrar un peso que crear un peso. Tenemos que recuperar nuestra capacidad creadora, porque nos orillaron a deber el dinero que todavía no tenemos y en consecuencia a vivir dependiendo de otros.

Hoy está de moda ahorrar, pero se nos olvidó cómo crear riqueza. Como me enseñaron, es obvio que no se puede ahorrar, lo que no existe.

Cuando empecé a cantar en el Coro de Zury, abrí mi primera cuenta de ahorro en el Banco Bital y seguí las enseñanzas de mi abuelo. Al final, con el dinero que le di a mi mamá logramos ahorrar para pagar los gastos de mi Bar Mitzvá (algo similar a lo que es la primera comunión en el judaísmo a los 13 años de edad).

A mi no me educaron con esperanza, sino con responsabilidad. Nadie puede comer de esperanza. Sin ahorro y sin crear riqueza no hubiera salido adelante, pero lo más importante, es que cantar en ese coro me permitió captar la importante diferencia que es terminar amando por obligación lo que haces, frente a hacer lo que siempre −por convicción− has amado.

En la sociedad del hiperconsumo la mercancía favorita del marketing es la esperanza. Se prohíbe ser responsable. Porque la responsabilidad no cabe en un mundo de conciencia sino de demagogias. En un mundo de cada vez más libertades, somos más esclavos de nuevas dependencias.

Hoy recuerdo a mi abuelo y al coro de Zury, porque la gente en el mundo se enferma 100 veces más por depresión que de Covid-19. Pero la depresión como la pobreza y la indiferencia, se ha vuelto normal. Por eso, porque hemos normalizado lo anormal es que hoy la peor pandemia no es un virus, sino la extensión del miedo.

Por eso, no tengan −jóvenes− miedo de platicar, cantar en coros como el de Zury, dibujar y conversar con ustedes mismos. No tengan miedo de preguntarse quiénes son y hacia dónde van. No tengan miedo de no saber las respuestas, tengan miedo de no quererlas construir.

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