Cada minuto de tiempo detenido era provocado. Se trataba de impulsar la inercia, de crear desesperación apresurada y sobre todo, de impulsar que cada forma de reacción racional se convirtiera en emociones por el poder momentáneo que da el hacer un trámite creando costos artificiales.
Se levantaba, daba vueltas por el conjunto de escritorios apilados; hacía como que daba órdenes mientras la sinfonía de teléfonos a su alrededor se entremezclaba con el continuado tecleo de las viejas computadoras de escritorio de la docena de secretarias que estaban fuera de su oficina. Miraba cómo la paciencia se convertía en impaciencia y así se divertía cuando regresaba a su oficina.
“¿Me permite su número de turno?”
Después de esa pregunta transcurrieron los primeros treinta minutos.
“En un momento lo atiende el licenciado, señor Ramirez”.
Mientras tanto, iban y venían expedientes apilados, jugos de naranja, boleadores de zapato, vendedores de pasteles de fresas con crema y hasta señoras que vendían ropa por catálogo.
El micromundo de la oficina era no solo surreal −por decir lo menos−, sino era un auténtico reinado donde el control del tiempo de los demás era la clave del poder efímero de un conjunto de seres humanos cuya única autoridad era el control de un trámite que afectaba directamente su patrimonio.
“Ya no tarda el licenciado Torres en recibirlo”.
Los minutos de antesala para ver al jefe de servicios ya se había convertido en una mañana completa y la secretaría ya no sabía que decir de entre la cantidad de pretextos acumulados en el lento pasar del tiempo.
Mientras deambulaba por Internet, leía que las empresas de todos tamaño en la Ciudad de México dejaron en costos burocráticos 17 mil millones de pesos en 2019, decía el encabezado del INEGI. Es decir, cada Pyme gastó en corrupción y trámites burocráticos 77 mil 120 pesos cada una, leía el dato en la Encuesta de Calidad Regulatoria e Impacto Gubernamental en Empresas de la Ciudad de México (ECRIGE-CDMX).
Torres, volvió a salir de su oficina para hacer el mismo pase de revista a sus secretarias y para ver la reacción de su víctima.
Luego, para su sorpresa, el texto que hablaba de los costos de la burocracia y de los intermediarios, daba otros dos datos reveladores: de cada envío de remesas se cobran en promedio 13.1 dólares de comisión y solo en 2020 de comisiones de las remesas se cobraron mil 640 millones de dólares.
“Me pide el licenciado −si no es mucha molestia −- el apoyo que le pidió. Sonrojada, un tanto temerosa y hasta con el rostro adusto, le cuestionó la secretaria.
“¿Cuál apoyo? No quiero entender lo que me está insinuando”
Se dio de inmediato la media vuelta en señal de haber comprendido la respuesta.
Nada le ha hecho más daño a las sociedades que la burocratización corrupta de las necesidades humanas. Reflexionaba poco antes de abandonar la oficina sin resolver su trámite.
Todo intermediario que no agrega valor encarece tus productos y toda burocracia termina en más impuestos para tu vida: tiempo, dinero y esfuerzo.
¿Cuánto tiempo pierden los trabajadores, los emprendedores y los creadores en el impuesto más grande a la productividad: la tramititis?
“Señor Ramírez, su trámite está en proceso y tardará todavía varios meses”.
Esa fue la respuesta final por no pagar “el obsequio” al señor Torres. Salió inmediatamente de su oficina y le entregó el acuse de recibo. Mientras, veía que dos personas que empezaron dos meses después su solicitud, ya les estaban entregando −frente a él− su oficio de autorización.
Esa clara señal de sumisión, de violencia estatal y poder de impunidad silenciosa era retadora, normalizada y reveladora.
¿En qué momento se volvió normal eso? Se preguntaba.
El señor Torres, −el Godinez− que se va volviendo rico ilegalmente con la comisión y “el apoyo” en el feudo administrativo de su escritorio. No hay nada más peligroso que una burocracia que la cultura burocrática normalizada y nada más amenazante que el mundo que ofrece blockchain para automatizar, verificar y transparentar procesos.
Las burocracias no resuelven problemas; los crean y los hacen más grandes. Esa es su misión existencial, pero es no es normal.
Nada puede evolucionar, cuando lo viejo sigue siendo normal y nos adaptamos inovadoramente a una realidad anormal. Bienvenido blockchain.