Cuando se inició el TLCAN, en 1994, nuestra relación comercial con Estados Unidos era ya la más importante para México, mientras que por otra parte el comercio con China resultaba prácticamente nulo. No existía un mercado para los productos mexicanos en China, y en el sentido inverso México importaba en su gran mayoría productos de muy bajo precio y muy baja calidad del gigante asiático.
Al no haber tratado alguno entre ambos países, los aranceles para importar una gran variedad de productos eran altos, creando una barrera que limitaba el acceso de mercancía china a México. Aún así, durante la década de 1990 las importaciones a México de productos chinos fueron creciendo de manera exponencial, especialmente desde la entrada en vigor del TLCAN, periodo en el cual el crecimiento de las importaciones desde China alcanzó un ritmo promedio del 30% anual.
Por su parte, el comercio entre China y Estados Unidos se encontraba en un momento de alto crecimiento, siendo desde un principio fuertemente deficitario para el país norteamericano. La dinámica del traslado de la base manufacturera de los Estados Unidos hacia China tomaba un fuerte impulso, alimentada por los bajos costos de mano de obra y su alta disponibilidad, así como las facilidades que el gobierno chino estaba otorgando a las empresas transnacionales para la creación de fábricas en su territorio. Esta apertura implicó que el ritmo de crecimiento anual de la relación comercial de Estados Unidos con China creciera a un promedio del 14% anual durante los noventa, llevando el déficit comercial del país norteamericano de un poco más de $40,000 millones de dólares a principios de esa década a más de $80,000 millones de dólares para el año 2000.
En cuanto al comercio entre Estados Unidos y China, a partir de la entrada de China a la OMC el ritmo de crecimiento de las importaciones chinas a los Estados Unidos disminuyó de un promedio del 14% en los noventa a un promedio del 10.5% del 2001 al 2017. El déficit comercial entre ambos países también continuó incrementándose, a un ritmo promedio del 9.9% anual en este periodo. En comparación, el comercio de China con México se ha incrementado mucho más, creciendo a un promedio del 20% anual durante el mismo periodo, al pasar las importaciones chinas a nuestro país de $4 mil millones de dólares en el 2001 a más de $74 mil millones de dólares en el 2017.
Contrario al superávit que México mantiene con los Estados Unidos, con China existe un déficit comercial que ha crecido en el periodo mencionado a un ritmo del 19.8% anual, para pasar de $1,200 millones de dólares a más de 67,4000 millones de dólares.
Una vez que China fue aceptado como miembro de la OMC, el comercio entre este país y México creció más de 18 veces del 2001 al 2017, mientras que en ese mismo periodo el intercambio comercial entre los Estados Unidos y China solo ha crecido un poco menos de cinco veces.
La correlación entre las importaciones de México desde China a las exportaciones de México a los Estados Unidos es de: 0.98073186 1 Lo cual nos indica que si existe una correlación muy fuerte entre las importaciones a México de parte de China con las exportaciones de México a los Estados Unidos. Por cada dólar que se importa desde China, una proporción equivalente se exporta a Estados Unidos.
Este resultado es un indicio de que una importante cantidad de materia prima y bienes intermedios que se importan desde China a México son insumos que se exportan hacia los Estados Unidos en forma de productos intermedios o terminados. En términos reales, y a través de una comparación simple entre las importaciones desde China con las exportaciones a los Estados Unidos, por cada $10 dólares que obtiene México por el superávit con Estados Unidos, salen $5 por el alto déficit con China.
Debemos modificar nuestra visión de la región norteamericana y la participación de México de cara al interés de China de formar parte del acuerdo TPP, en la cual México es tan solo un proveedor de maquilado y de mano de obra barata, modelo que claramente ya no está funcionando, ni generará mejoría para nuestro país en el largo plazo, y capacitar a la población del país para poder incrementar nuestra productividad, mejorar las perspectivas de ingreso para los trabajadores a través de un mejoramiento importante de nuestro capital humano.
También debemos buscar lograr, dentro de las negociaciones que hagamos, el obtener una mayor transferencia de conocimientos y de tecnología con la finalidad de desarrollar nuestro modelo hacia una economía del aprendizaje y la innovación.
Siempre he dicho que China no es un modelo a seguir para México, por sus propias circunstancias de cada nación, pero lo cierto es que sí es una enorme alarma que recuerda las enormes oportunidades de desarrollo que nuestro país ha dejado pasar.