Simon Levy

'Aserejé y el zoom en el viejo Hudong'

Mientras intentamos construir respuestas del mundo que viene, hemos olvidado que la responsabilidad fue secuestrada por la comodidad y la complicidad de las expectativas.

Ya era mayo de 2001. El silbido del carrito de tortas de tamal aún no sonaba y ya eran las 7:30 de la mañana.

Mientras la calle de Brasil lucía casi vacía, aproveché para volver a leer el libro de Guillermo Floris Margadant porque en unas horas, tendría mi primera prueba con mis maestros Martha Morineau y Román Iglesias.

En lo que terminé mi repaso de los apuntes de clase, dieron casi las 8:45. Fui a saludar a Wo, mi amigo coreano que estaba trayendo mercancía al mercado de La Lagunilla y después de pasar a dejar mi morral a la oficina donde trabajaba, empecé a caminar por Peralvillo; di vuelta en Matamoros y al ver al carrito de tamales ahí, sentí que todo había vuelto a la normalidad.

Recuerdo que me seguí, —ese día— todo derecho por Jesús Carranza.

"Mira lo que se avecina a la vuelta de la esquina viene Diego rumbeando"...

En Jesús Carranza me encontré a una amiga que vendía peluches en la esquina de Peñón y mientras ella me hacía la plática, aproveché dos minutos para revisar los precios de los peluches en los anaqueles pegados a la pared de la calle. Luego me seguí y llegué a Constancia, atrás de la Iglesia de San Francisco.

La música se escuchaba por todas partes y en todas las esquinas.

..."Para Diego la canción más deseada..., y la baila..., y la goza..., y la cantaaaaa"

Luego pasé a Importadora Fantasía para revisar los precios de los cubiertos y platos de melamina. Ya traía la música flanqueando toda mi concentración. El estudio de mercado de peluches chinos que estaba haciendo ese día, resultó inolvidable. Si no mal recuerdo, el trabalenguas musical empezó con todo en el callejón de Florida.

Aserejé ja de je... De jebe tu de jebere sebiunouva... Majabi an de bugui an de buididipí.

En el caluroso e inolvidable junio de 2009, caminaba por Qianmen en el viejo callejón de Dashilar, uno de los Hudongs más antiguos y famosos de Beijing. Había quedado de ir por un Té Puerh y de paso analizar sobre lo que sucedería con el AH1N1 en China, México y el mundo.

En esa tarde de verano de 2009 hablabamos como ficción, lo que 10 años después sería una realidad.

Wei, mi amigo de la Universidad Popular de China donde estudiamos juntos, me decía: "Las viejas revoluciones occidentales se hacían contra la explotación al trabajador; los nuevos retos de los movimientos sociales en el mundo se construirán para luchar contra el abaratamiento del trabajo humano frente al poder de la automatización".

Mientras tanto, otra vez, estaba sonando ese acertijo y sucesión de sílabas sin sentido, recordándome mis recorridos por la colonia Morelos hace diez años.

Otra vez se había puesto de moda, la canción del grupo The Ketchup con el que viví durante los dos años que trabajé en el corazón de Tepito, cuando terminaba mis estudios en la Facultad de Derecho de la UNAM.

Mientras Wei, me iba explicando su idea, pensé en cómo las pandemias acentuarían la crisis de la productividad e incentivarían el poder de la especulación para manipular la concentración de capitales y abaratar el precio de millones de bienes, como del trabajo humano.

Podía visualizar cómo el AH1N1 haría que después de esa pandemia China y Estados Unidos saldrían de shopping a comprar las grandes infraestructuras y activos del mundo a precios de remate cuando todo el valor real hubiere caído.

Wei, entonces, me seguía escuchando y en el Hutong comenzaban a apagarse los sonidos de los vendedores callejeros.

"Everybody say...Nihao". Al fondo de la pantalla de Zoom lo que parecía ser su patio, el hijo de Wei, estaba escuchando la canción de moda al estilo de del Rappers delight, del grupo Nassi Pro en pleno febrero de 2020.

Entre callejones del mundo, sin importar la geografía, hay un puente de entendimiento del pasado y el futuro del ser humano frente a su destino inexorable. Mientras intentamos construir respuestas del mundo que viene, hemos olvidado que la responsabilidad fue secuestrada por la comodidad y la complicidad de las expectativas.

Es mucho más difícil luchar contra una realidad que no se puede ver y mucho menos entender. Eso aquí y en China, en Tepito y en Qianmen, a 20 años de distancia, Wei me enseñó, la diferencia entre construir para crear ventajas y no padecer como víctimas las realidades.

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