Simon Levy

Déjà vu en San Francisco

La diferencia entre San Francisco y León y el déjà vu, me hizo comprender que la amistad con la tecnología y el futuro nos debe ayudar a renovar personas, no a proteger los que serán muy próximamente viejos puestos de trabajo.

Olvidé cargar durante la noche el teléfono celular. Los pájaros empezaron a trinar en punto de las siete de la mañana postrados en el brazo de madera que hacia juego con el marco de la ventana desde la cual se podía ver milagrosamente la Bahía de San Francisco pese a la bruma.

Desde Beach Street, observaba cómo todos los comercios de Fisherman's Wharf estaban todavía durmiendo, pero se podía observar entrelazados a la neblina a todos los corredores que trotaban por el muelle, el famoso Pier 45.

Alcancé a mandar por el recién estrenado servicio del "concierge virtual" del hotel, un mensaje que vía whatsapp −y ya sin la necesidad del viejo sistema de conmutadores de los hoteles− me permitía contactarme con la cocina o cualquier área de servicio, para solicitar agua caliente y una taza para tomarme un té.

Ya me había parecido raro que no solo por la pandemia, a mi llegada al hotel el día anterior la recepción luciera tan vacía, aunque se escuchaba un bullicioso movimiento detrás de la recepción donde podía observar a casi quince jóvenes trabajando intensamente desde sus tabletas digitales.

No entendía. Mostrador vacío, pero oficinas traseras llenas.

Toda la atención inmediata se me daba desde el whatsapp con un robot virtual que me atendía. Tres golpeteos a la puerta, y llegaron exactamente cuatro minutos después, el agua caliente y los utensilios del té.

Abrí la puerta y estaba un carrito con un mantel blanco. Entonces pensé, que todos los jóvenes detrás del mostrador eran quienes atendían directamente las peticiones que como la mía, llegaba vía whatsapp, pero no fue así...

...Sonó el despertador y cuando comencé a ver cómo volaban los globos aerostáticos por encima de las praderas de León, en el famoso festival que se organiza cada año en Guanajuato, recordé con una ráfaga de memoria, aquella mañana brumosa en San Francisco.

Ya no estaban las recepcionistas que había conocido meses atrás. Me enteré a mi llegada, que fueron despedidas. Entonces, recordé la calidez de su atención, la forma en como siempre se adelantaban a cubrir las necesidades de mi estadía en el hotel y lamenté no volverlas a saludar en mi más reciente viaje.

Mi junta de ese día comenzaría a las diez de la mañana por lo que al salir a caminar observé a lo lejos en la tienda de conveniencia el enorme parecido que le guardaban a ellas, dos personas que estaban abriendo las puertas del establecimiento.

Corrí cerca de cuarenta minutos y regresé al hotel rápidamente...

...Cuando finalmente mi cargador cumplió la misión de llenar la batería de mi teléfono celular, quise bajar a investigar a fondo que estaba pasando con aquella oficina que tenía a varios jóvenes trabajando.

Me explicaron que la famosa cadena de hoteles de San Francisco, acababa de abrir su área de inteligencia del servicio a cliente, donde desde Madras en la India, atendieron mi petición de agua caliente y té, pero en la oficina de San Francisco −oculta detrás del mostrador− estaban los que anteriormente lo atendían y ahora hacían ya, inteligencia comercial, analizando las preferencias de los clientes. Con la inteligencia artificial y el aprendizaje acelerado, creaban menús y platillos de acuerdo a lo que los perfiles de los huéspedes que tenían.

Sí, así fue, atestigüe en San Francisco cómo la cadena de hoteles invirtió en transformar a sus antiguas recepcionistas en analistas de ciencia de datos. La inteligencia artificial ya no era ciencia ficción de futuro...

...Terminó mi reunión en León y cuando íbamos a comer fuera del hotel, fui a comprar rápidamente una botella de agua a la tienda de conveniencia de la esquina.

Para mi sorpresa, estaban trabajando en la caja las otrora dos recepcionistas del hotel que al ser despedidas no tuvieron opción y tuvieron que aceptar ganar la mitad de su sueldo ahí.

No es inteligencia artificial, es inteligencia para prevenir la estupidez del ser humano, el que un hotel, como una sociedad y un país, use a la tecnología para crear prosperidad, no desplazamiento. Ahí entonces, pensé que si los movimientos mundiales laborales del pasado se basaban en la explotación de seres humanos sobre otros, los del futuro tendrían que luchar contra la irrelevancia del trabajo humano.

La diferencia entre San Francisco y León y el déjà vu, me hizo comprender que la amistad con la tecnología y el futuro nos debe ayudar a renovar personas, no a proteger los que serán muy próximamente viejos puestos de trabajo.

COLUMNAS ANTERIORES

La trampa del ingreso
Lo que aprendí en Bangalore: democratizar riqueza

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.