Opinión Simon Levy

Deng en el Gobi

El autor jamás olvidará cómo la presencia de Deng en el Gobi le permitió transformar los obstáculos, en una oportunidad para entender como nunca, cómo la cultura, será la nueva manera de impulsar el turismo en una época en que el Covid-19.

El viento olía a pasado; golpeaba con fuerza y con él, una estela de arena se quedaba hospedada en los enormes ventanales de la recepción.

Nos habían recibido con un típico guisado de arroz hervido con berenjena en salsa de soya en maridaje de ajos y cilantro. Will, el encargado del proyecto, estuvo toda la mañana realizando labores logísticas junto con la señora Ma en la alcaldía. La algarabía por la justa olímpica se sentía incluso en esa provincia, una de las más apartadas del poder central chino.

Mientras esperaba noticias y hacía alquimia para que el tiempo se transformara en movimiento, acudí al mercado central de la ciudad -que no estaba nada lejos del hotel donde me hospedaba- donde se veían mercaderes de las más variadas piedras preciosas con lapislázuli como en los relatos de la ruta de la seda.

Era impresionante cómo a lo lejos −desde el desierto de Gobi− se podía observar el muro de tierra rosado apisonada con ladrillo de barro. La sección de la fortaleza, era la mejor conservada de su larga extensión construida en la dinastía Ming ante los embates del turco Tamerlán. No era difícil percibir, cómo por estas tierras, pasaban los mercaderes del trayecto comercial más importante del mundo de ese entonces. Esa muralla -la mayor construcción hecha por el ser humano- serpentea desde el Golfo de Bohai hasta donde nos encontrábamos, la refulgente joya, la ciudad de Jiayuguan en la provincia china de Gansú.

Alguien a lo lejos me estaba gritando.

La idea había nacido desde la Secretaría de Turismo en la época en que Marcelo Ebrard era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

"¡Tienes llamada de México!"− se alcanzó a escuchar en mandarín un grito estruendoso. Alejandro Rojas, el entonces secretario de Turismo de la Ciudad, ya estaba declarando el arribo de la réplica a Shanghái, informando que el Consulado mexicano había recibido con beneplácito la pieza, aún y con todas las maniobras para impedir su desembarco.

Unos minutos antes, había logrado conectarme finalmente al wifi del hotel y recibí las cascadas de noticias en mi Blackberry. Habíamos vencido todos los obstáculos. La colosal pieza, ya estaba a unos kilómetros de la entrada de la Ciudad.

Era junio de 2008, dos meses antes de las olimpiadas de Pekín. El avión de Aeroméxico había hecho la proeza. Como el galeón de Manila que transportó especies y grandes obras de porcelana en 1608, −cuatrocientos años después−, una línea aérea, sobrevoló el Pacífico en la corriente del Kuroshiwo, la famosa latitud del tornaviaje de la Nao de China.

La primera aerolínea latinoamericana y mexicana, volvía a unir a China, para transportar una réplica de la famosa diosa griega, −la victoria alada de Samotracia− de Antonio Rivas Mercado, el popularmente conocido "Ángel de la Independencia" de más de 10 toneladas de peso, reproducida por el escultor mexicano Víctor Manuel Gutiérrez, que incluso las autoridades aduanales mexicanas llegaron a confundir con la pieza original.

Ana, la periodista de la Agencia EFE, acababa de llegar al hotel de un largo viaje desde Pekín, y su presencia rompería el cerco informativo del gobierno federal mexicano que impedía que la noticia se expandiera.

Unas horas después, la pieza dorada, era descargada con una grúa para descansar en los aposentos de la gran muralla china. Nunca antes un monumento extranjero había estado ahí.

El Ángel representa la amistad que existe entre los pueblos chino y mexicano, y también hace suyo el lema de los Juegos Olímpicos, 'un mundo, un sueño', ya que ese sueño global es la paz" declaraba Li Yong, concejal de Turismo de la ciudad china.

La bandera de México ondeaba en la muralla y en el pedestal de la réplica se veía en todas las cámaras de video de los medios de comunicación de China: "Ciudad de México, capital en movimiento" y el logotipo de Aeroméxico, el galeón aéreo del siglo XXI.

"Mantener la cabeza clara para observar; mantener la compostura al reaccionar, pararse firmemente, ocultar nuestras capacidades y tomarnos el tiempo para no tratar de tomar la delantera y reclamar liderazgo para ser capaces de lograr algo", eso lo dijo el camarada Deng y hoy con ellas te felicito Levy, lograste vencer todos los obstáculos", me dijo Li, el Concejal.

Nos tomamos una foto todos y los mariachis entonaron el himno de México. Esa noche, cientos de niños, jóvenes y adultos disfrutaron un concierto mexicano en la muralla china, justo en la puerta de Jiayu, donde la ruta de la seda vivió sus mejores épocas. México, como en la Nao de 1564, estaba en China.

El viaje de la réplica de la escultura, para promocionar el turismo de la Ciudad de México en China, continuaba hasta Shanhaiguán, donde está la última torre de la Gran Muralla antes de llegar a la costa y recalar en último lugar en Pekín. Unos años más tarde la réplica también viajó al mundial de Sudáfrica.

Jamás olvidaré cómo la presencia de Deng en el Gobi me permitió transformar los obstáculos, en una oportunidad para entender como nunca, cómo la cultura, será la nueva manera de impulsar el turismo en una época en que el Covid-19 puso a la industria en una de las crisis más grandes de la historia humana.

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